Nuestra Basílica y
su metamorfosis.
Para los que
sabemos de arte, es un pecado mortal, casi un sacrilegio, que los Párrocos del
templo, se han especializado en acabar con la mejor joya arquitectónica que
tenemos y en sus reformas han mostrado absoluta ignorancia, porque no
recibieron en sus currículos, ni las nociones elementales de esta hermosa
ciencia.
Lo más grave, es
que si quisiéramos recuperar esas joyas que han destruido, nos tendríamos que
ganar el Baloto o una lotería extraordinaria.
Pero lo más grave
sería, que en el momento actual, no se consiguen expertos que sean capaces de
ejecutar esos trabajos y nos quedaríamos con la plata y con las ganas.
Me parece
importante la actitud de nuestro ilustre Rector, el Padre Rogelio, que con muy
pocos dineros se ha metido en una obra de grandes magnitudes, que seguramente,
solo va a cubrir algunas de las necesidades del Templo.
Solo nos queda una
solicitud para el Señor Arzobispo:
Que nos siga
mandando: Sacerdotes sabios, santos buenos justos y respetuosos, con la
joya que van a manejar.
Camello.
Historia de las
reformas que dañaron la arquitectura del templo.
Nuestro templo parroquial, ahora
Basílica de Nuestra Señora de la Asunción, empezó a ser construido en el año de
1678 y fue terminado el 22 de Noviembre del año de 1882, cuando lo recibió el
Sacerdote Justiniano Madrid; un período muy largo de 204 años, en los cuales
tuvieron todo el tiempo, para empezar la obra, como un edificio del orden
arquitectónico: Romano Toscano y después del año 1800 en adelante le agregaron
algunos elementos de orden arquitectónico Neo-clásico, que acababa de nacer,
con las excavaciones que hicieron unos antropólogos, entre los años 1737 y
1747, que descubrieron los ruinas de Pompeya y Herculano en las orillas del mar
mediterráneo y que habían sido cubiertas por las cenizas del Vesubio.
Este orden fue impuesto, por los que manejaron
la revolución Francesa, para acabar con los dos órdenes arquitectónicos que se
utilizaban en Europa, en las construcciones de las Monarquías: El Rococó y el
Barroco, que por cierto son muy recargados de ornamentos y perendengues, es
bueno decir que a mí me parecen muy extravagantes.
Voy a mostrar algunos detalles de ese
tipo de órdenes arquitectónicos, para que vean que son supremamente recargados,
de ornamentación.
Uno de los templos más cercanos a
nosotros en el orden Barroco, es el de: Santa Bárbara en Santa Fe de Antioquia.
Pero si analizan las obras que estoy
mostrando, ligeramente se darán cuenta de lo que siento personalmente sobre, la
cantidad de enredos que se encuentran en estos dos órdenes.
Observen con mucho cuidado lo que
trato de explicar:
Iglesia de arte Barroco de San Francisco en Brasil.
Altar mayor de la misma iglesia.
Altar de arte Rococó.
Edificio de orden arquitectónico
Rococó.
Es bueno tener en cuenta algunas
consideraciones, para poder decidir a qué orden arquitectónico pertenece un
edificio o un templo:
Si el edificio o el templo tienen más
del setenta por ciento de un orden arquitectónico, lógicamente ese orden tiene
el predominio y es el que debemos anunciar.
En el templo parroquial nuestro, su
frontispicio pertenece al orden arquitectónico Toscano y predomina sobre el
Neo-clásico, que se ve claramente en las torres.
Pero si miramos el sistema de arcos y
columnas que embellecen su estructura arquitectónica, rápidamente observamos
que las columnas y los arcos son del Romano Toscano y algunos adornos que
tienen los arcos y los capiteles de las columnas, son de Romano Compuesto, las
famosas hojas de acanto; pero si observamos los netos o cubos en los que están
montados los fustes, descubrimos el regalito que nos dejó, Nuestro Padre:
Francisco de Cestillal, un gres de mala calidad, que se utiliza en las unidades
sanitarias de los prostíbulos y las piscinas de las personas adineradas, para
que la urea que contiene la orina humana, no destruya el esmalte.
Si observamos con detenimiento el
altar mayor, de inmediato descubrimos que todo el altar fue influenciado por el
neoclasicismo, pero es importante recordar, que fueron construidos en los años
después de 1850; pero hay una falencia, ocasionada por las artimañas del Padre
Francisco, que le dio por dorar los fustes de las columnas y sacó a Nuestra
Señora de Sopetrán, para llevarla al cepo en donde la tienen.
Esto de los fustes, lo digo, porque
si están dorados los del altar mayor, se deberían dorar todos los que tiene el
templo, por aquello de la uniformidad, pero recuerden que en el orden toscano,
debe predominar el color blanco.
Es bueno recordar esta norma: En el
romano toscano, solo se utiliza el color claro que le están poniendo a la
Basílica, en esta reforma y lo único que soporta el orden, es que se pueden
dorar algunas de las molduras que tienen los fustes en su base y en su capitel.
Hay que quitar todas las rayitas
rojas que bordean los fustes y desaparecer ese asqueroso color del templo.
Respecto al ridículo zócalo, que
nuestro Padre Francisco de Cestillal, colocó se debiera desaparecer y tratar de
seguir con el zócalo de madera que tiene el presbiterio, pero esta obra
resultaría muy costosa; o hacer una imitación madera, como las que hacen
algunos pintores famosos, como el que tenemos en este momento, trabajando en la
remodelación de la Basílica.
Si miramos los altares laterales, una
buena composición de tres altares incrustados el uno en el otro, encontramos
que pertenecen al toscano y los fustes de las columnas, son planos en vez de
ser redondos; la única lástima, es que les colocaron los capiteles con flores
de lis, que son ornamentos del orden arquitectónico gótico y coronaron los
nichos del segundo y el tercer altar, con hojas de acanto, que pertenecen al
romano compuesto.
Observen muy bien la astucia de los
constructores, cuando metieron el tercer altar, en el remate triangular del
segundo y remataron el tercero, con un remate redondo; esos son recursos
arquitectónico de muy buena calidad.
Otra dato interesante son las cuatro
ménsulas que aparentan sostener el tercer altar.
Un detalle muy importante de los
constructores, fue el diseño del antiguo altar del Santísimo Sacramento en el
altar mayor o altar privilegiado, que lo diseñaron de orden arquitectónico romano
compuesto, como para darle importancia a la Divina Majestad.
Este orden se caracteriza, por los
fustes con estrías, el collarín, colocado en el primer tercio inferior del
fuste y las hojas de acanto en los capiteles.
Es importante decir que ese altar es
tallado en madera.
El antiguo bautisterio, que es sin
duda una joya religiosa, porque en él, fuimos bautizados hasta la década de los
años sesenta, del siglo pasado; es un raro diseño de varios órdenes
arquitectónicos, que combinaron, mi Padre y el Presbítero Germán Ceballos, se
podría dejar por el valor histórico-religioso que tiene, pero se debía ajustar
a las normas de la pintura general del templo, con el fin de evitar ese pequeño
disfraz.
Ahora empecemos a hablar de las
reformas y de los reformistas:
Hasta el año de 1935, el templo
permaneció, como lo habían concebido los constructores, pero el Sacerdote:
Ricardo Gutiérrez Tobón, quiso reformar el atrio, lugar al que nuestros
antepasados, llamaban: El alto sano, porque para la época, solo era una acera
grande de ladrillos cocidos en los hornos, parecido al atrio de la Catedral
Basílica de Santa Fe de Antioquia y buscó a señor Rafael Navas, un ilustre
maestro de obras, para que dirigiera su construcción, que lógicamente se debía
ajustar al orden arquitectónico del templo.
En pocos años terminaron esta obra,
que le dio muy buena presencia a la joya arquitectónica del templo.
Bajo la administración del Padre:
Tomás María Zapata, empezó a tener problemas el diseño de nuestro templo,
porque a este importante Sacerdote le parecía, que era mejor poner un cielo
raso de latón y colocar un piso con un mosaico bien bonito, que tapara los
ladrillos cocidos que conformaban su piso.
Si ustedes han viajado, tanto como
yo, sabrán que a un templo con una estructura colonial, se le deben respetar:
Los pisos y el sistema de cerchas que sostienen los techos.
Voy a mostrarles algunos modelos de
lo que estoy afirmando:
Así deben estar los techos de los
templos coloniales.
El sistema de cerchas de nuestro
templo, lo conozco, como la palma de mis manos, porque anduve por sobre todos
los cielorrasos del templo, en los diez y ocho años que estuve de Sacristán,
capeller y organista de la parroquia.
Nuestras cerchas son vigas de ocho
por ocho y están finamente unidas por sistemas de tornillos y cuñas bien
diseñadas, para sostener todo el peso de los techos.
Observen muy bien el techo y el piso
de este templo colonial.
Creo que corregir estos dos aspectos,
sería un imposible, porque toda la feligresía actual está ensenada a ver el
templo con esa presentación y el que se atreviera a corregirla, se echaría toda
la comunidad encima.
Bajo la administración del Padre
Francisco Yepes, cuando la parroquia tenía cinco coadjutores, aparecieron dos Sacerdotes
que se interesaban por la conservación del templo: El Padre Ramón Ramírez y el
Padre Germán Ceballos, pero al parecer, no tenían buenos conocimientos sobre
arquitectura, si así lo digo es por estas razones:
En una peregrinación que Sopetrán
realizó a la ciudad de Santa Fe de Antioquia, el padre Ceballos, regresó
encantado con las hojas de acanto que tiene la catedral en los capiteles de los
fustes y en los arcos, por el hecho de ser un templo diseñado en el orden
arquitectónico romano compuesto y muy decidido consiguió un personaje experto
en fabricar estas ornamentos y los hizo aplicar a nuestro templo.
Pero la buena obra de estos dos
grandes líderes, fue el revestimiento con cemento de todos los valores
arquitectónicos de nuestro frontispicio.
Así eran los comulgatorios.
También es importante anotar que
estos dos Sacerdotes, colocaron los rosetones de orden arquitectónico gótico en
las tres claraboyas del frontispicio.
En la administración del Padre Luis
Enrique Restrepo, fue cuando más estragos hubo en nuestro templo parroquial:
Desaparecieron los cuatro altares de las naves laterales, en donde estaban: San
francisco de Asís y Nuestra Señora del perpetuo Socorro, en la nave de la
inmaculada y La Virgen de las Mercedes y la Dolorosa en la nave del Corazón de
Jesús, ahora nave del altar del Santísimo Sacramento.
Parecido a este, eran nuestros cuatro
altares laterales de las naves de la Inmaculada y el Sagrado Corazón.
También este ilustre fanático del
concilio Vaticano segundo, acabó con el comulgatorio, una hermosa concepción de
madera que bordeaba la parte baja del presbiterio, en donde recibíamos la
comunión; y tumbo el púlpito que era hermoso y tallado en madera y si yo, no
escondo las grandes imágenes de madera tallada y los ángeles de mármol de
carrara, este ilustre idiota, hubiera acabado con ellos.
Así eran los viejos púlpitos, desde
donde el Sacerdote hacía las predicaciones.
En la administración del Padre
Torres, tal vez la más larga y perniciosa, organizaron los circuitos eléctricos
del templo y empezaron la famosa jaula que deben tener las torres del
frontispicio, para que los temblores de tierra no la vayan a tumbar; la
condición para construirlas según el concepto unánime de muchos arquitectos, es
que se construya de arriba, hacia abajo, para que no se vayan a caer, mientras
las construyen, y ya están a la altura, de la máquina del reloj.
Estos eran los cuatro evangelistas,
en alto relieve de plata, que un ladrón de cuello blanco se robó.
Más tarde el Sacerdote Ernesto Gómez,
colocó en la parte baja de los fustes, doce cruces y un ornamento especial,
para conmemorar a los doce apóstoles, pero no entiende uno, por cual razón, las
hizo revestir de esmalte plata, cuando lo normal debiera haber sido, con
esmalte oro, por aquello de la uniformidad en el templo.
Los grandes heraldistas de la tierra,
siempre advierten que no es bueno combinar en el mismo edificio, los dos
esmaltes.
Otra cosa que me llama la atención:
Es que en el primer fuste del lado derecho del templo, aparecía la cruz de San
Pedro, colocada al revés, por aquello de que el apóstol fue crucificado con la
cabeza hacia abajo, por la razón de que no se sentía digno de morir como
Jesucristo su Maestro.
Vale la pena contar que en la
administración del Padre Ernesto Gómez, se presentó un estafador que decía
saber mucho sobe el arreglo de los órganos tubulares, el Padre Ernesto en su
bondad y su inocencia, contrató al estafador y le pagó, por adelantado trece
millones de pesos; el pillo se estuvo unos meses comiendo de cuenta de la
Parroquia, con su Señora y su suegro; desvalijó el órgano, que era una joya
traída de Nantes, en Francia y se apretó la gorra; hasta hoy nada sabemos de
él.
Antigua fotografía del templo que
muestra la imagen de Nuestra Señora de Sopetrán en el centro del atrio y con su
pintura blanca, como lo exige este orden.
En el atrio original, hubo una Virgen
de Sopetrán, esculpida por el Maestro: Alfonso Goéz, de tres metros de altura, que el Reverendo:
Nolasco Múnera del Río, se llevó en los cachos, tentado por el dinero, porque
los vulgares de Sopetrán necesitaban el atrio parroquial, para colocar las orquestas
en las ferias de las frutas y se tiró en esta hermosa joya religiosa; este
entuerto duró por toda su administración, la del Padre Ernesto Gómez y la del
Divino: Jorge Mario Restrepo, que vendió todas las propiedades de la parroquia,
cuyos dineros, pocos beneficios, le prestaron a la Iglesia de Dios.
Para sacar esas orquestas del atrio
parroquial, tuvo que intervenir el Señor Arzobispo, porque estaban tan amañados
que defendían la teoría de que el atrio era parte del espacio público y no del
templo.
Pero Múnera del Río, también tiene su
historia, porque ordenó que guardaran el órgano tubular en la sacristía del
lado derecho y alguien fue a decirle: Que una parte no cabía por la puerta: Era
el teclado y este célebre pendejo, ordenó que la recortaran con un serrucho.
Tal como ya lo dije, en la
administración del Padre Jorge Mario Restrepo, fue cuando más disparates hubo
en las finanzas de la parroquia, porque: Vendió las casas que eran propiedad de
la normal, por una buena suma de dinero; vendió la finca del balcón del
Chagualal, para la construcción de la fábrica de textiles, que debió ser muy
bien cotizada, dada la razón es un terreno plano, con aneguio propio, una buena panorámica del la urbe y buenas
vías de comunicación con el casco urbano; vendió
las dos fincas que la parroquia había recibido como regalo de las familias
Tamayo-Gavirias, para la famosa parcelación fuente clara clara; y no pudo vender el
local del orfanato u hogar Sagrado Corazón y la casa del asilo de ancianos,
porque los feligreses y unas condiciones especiales, no lo permitían; lo que
nunca supimos, fue el lugar a donde fueron guardados esos fondos, que eran sagrados y
pertenecían a la Iglesia Santa de Dios.
Como el Padre Jorge Mario Restrepo,
gozaba con los bisbises rojos y azules, empayazó las cúpulas de las torres con
un gres rojo colonial y colocó, rayitas rojas, en algunas de las molduras de
los altares.
Pero faltaba por llegar uno al que
pudiéramos calificar con: Summa cun laude, respecto a los disparates que logró
hacer en nuestra joya arquitectónica.
Era, el Eminentísimo y Reverendísimo,
Señor, Doctor, Rector, y gran Sacerdote, su majestad el Padre: Francisco Gómez
Loaiza.
Se tiró en la presentación del
frontispicio, con una cantidad de perendengues, que lo convirtieron en una
fachada parecida a un edificio de disneylandia; acabó con la buena presentación
del interior del templo, con unos zócalos, que da pena mostrarlos; Cambió la
sede, que era una silla de madera tallada, por una de mármol, que se parece a
una silla eléctrica; llenó los juegos de columnas y arcos con una cantidad de
bisbises, que no provocan mirarlos; tumbó el viejo altar de mármol, que había sido recubierto con madera, porque el mármol y el estilo colonial, son como el agua y el aceite, que no se juntan y colocó un nuevo altar de mármol ;sacó la patrona de su altar y la condenó a cadena , en un cepo de la fiscalía local de la parroquia; y para que el
altar del medio perdiera su grandiosidad, doró los fustes de las seis columnas
del segundo altar y los de las cuatro columnas del altar superior.
Nuestro Padre Francisco, acabó su obra, colocando raya amarillas y perendengues rojos en los netos o cubos de las
seis columnas del primer altar del frontispicio y los zócalos exteriores del
templo
Para calificar esta obra, pudiéramos
decir, como los campesinos:
Se tiró en batica de cuadros.
Menos mal, que el Señor Arzobispo,
tuvo compasión de nosotros y nos mandó un Sacerdote:
Sabio, como el Padre
Rogelio Rodríguez, como dijera en su momento el divino: Jorge Mario, porque
sostenía, que los Sacerdotes debieran ser:
No muy Santos, pero bien sabios y yo
le agregaría, refiriéndome a Él:
Que no sean buenos comerciantes; ni muy
aferrados al dinero.
Para terminar quiera hablar de un
tema muy interesante, porque soy testigo presencial de las grandes riquezas que
tenía el tesoro del templo y que lo acompañaron hasta la década de los años
setenta, del siglo pasado.
Entre las riquezas que poseíamos,
estaban:
Seis cálices de oro; cinco copones de
oro, de los cuales unos de ellos soportaba un contenido de cinco mil hostias;
cinco custodias, todas de oro y bien recamadas de piedras preciosas, una de
ellas que estaba recamada de esmeraldas, diamantes, zafiros, rubíes y amatistas, sus dos viriles, para colocar la hostia
grande eran recamados de esmeraldas; un copón especial recamado de piedras
preciosas, para mantener en el sagrario, las hostias de las custodias; dos
atriles de plata en alto relieve; dos lámparas hexagonales de plata en alto
relieve de unos ochenta centímetros de altura, por un diámetro de treinta
centímetros, para acompañar al santísimo, cuando se llevaba la comunión a los
enfermos; es bueno aclarar que una custodia, la más grade de todas, tenía en su
base cuatro ángeles de plata; Tres juegos de candelabros, unos grandes, otros
medianos y unos pequeños, cada uno con doce unidades, de plata, que servían
para mantener bien el altar del Santísimo y los arreglos de monumentos y otros;
seis juegos de floreros grandes de plata en alto relieve, que servían para
colocar las flores, en los grandes eventos del templo; una bolsa de plata y un
lavabo en donde mantenían el agua con que los Sacerdotes se lavaban los
dedos, después de dar comunión; tres juegos de vinajeras de plata; dos charoles
de plata, para presentar las ofrendas; y los cuatro evangelistas en alto
relieve de plata, cada uno de unos cincuenta centímetros de alto y veinticinco
de lado.
Es bueno decir que algunos de estos
tesoros, hace muchos días que no los veo, pero como no tengo un contacto
directo con la sacristía, no puedo asegurar, que se hayan perdido, ni que estén
bien guardados.
Quiera terminar este artículo con las
siguientes palabras:
Que Dios guarde a la Parroquia de
ciertos elementos peligrosos, que conforman las filas del Sacerdocio y que nos
siga protegiendo y amparando a todos, con:
Sacerdotes buenos, sabios y Santos,
como los que en este momento nos acompañan.
Este artículo era importante
escribirlo, porque nadie conocía, la triste historia de nuestro Templo
Parroquial
Sopetrán, febrero18 del 2019.
Darío Sevillano Álvarez.