lunes, 23 de diciembre de 2019

Un precioso relato.



En un largo recorrido por los portales de internet, me encontré este diálogo, que aunque puede ser novelesco,  me llama la atención por lo refinado de los diálogos y por esa razón quiero compartirlo con todos los lectores del blogger.


“Observo una vía muy transitada.

Jumentos que van cargados de todo tipo de cosas y de personas. Jumentos que regresan. La gente, azuza a sus cabalgaduras. Otros, los que van a pie, caminan deprisa porque hace frío.

Hay un aire tenso y seco, el cielo está sereno; todo tiene, no obstante, ese filo neto de los días de pleno invierno.
El campo, desnudo, parece más grande; está poco crecida y ya requemada por los vientos invernales la hierba de los pastos en que las ovejas buscan un poco de alimento, y también de sol, que está saliendo poco a poco.

Están pegadas las unas a las otras, porque también ellas tienen frío; y balan, levantando el morro y mirando al Sol como diciendo: « ¡Ven pronto, que hace frío!». El terreno es ondoso.
Las sinuosidades se hacen cada vez más netas; es propiamente una zona de colinas, con depresiones herbosas y laderas, con pequeños valles y cimas.
El camino pasa por el medio en dirección sudeste.


María va montada en un borriquillo pardo, toda arropada en su grueso manto.
En la parte de adelante de la albardilla está ese arnés ya visto en el viaje hacia Hebrón; encima, el baulillo con las cosas más necesaria.
José camina al lado llevando las riendas. De vez en cuando le pregunta a María si está cansada.

Ella lo mira sonriendo y le responde que no; pero a la tercera vez añade:
Tú sí que estarás cansado, que vas a pie.
¡Oh!, ¿yo? Para mí no es nada. Lo que pienso es que si hubiera encontrado otro asno podrías ir más cómoda y además llegaríamos antes. Pero, me ha sido imposible encontrarlo; ahora todos necesitan una cabalgadura. ¡Ánimo de todas formas! Pronto llegaremos a Belén. Al otro lado de aquel monte está Efratá.


Ahora guardan silencio. La Virgen cuando calla parece recogerse internamente en oración. Sonríe dulcemente por un pensamiento suyo, y, cuando mira a la gente, parece como si no viera en ella lo que es (un hombre, una mujer, un anciano, un pastor, un rico o un pobre), sino eso que sólo Ella ve.

-¿Tienes frío? -pregunta José, dado que empieza a levantarse viento.
-
No, gracias».


Pero José no se fía. Le toca los pies, que penden por el lado del borriquillo, los pies calzados en las sandalias y que apenas si se ven sobresalir del largo vestido; debe sentirlos fríos porque menea la cabeza y se quita una manta que llevaba en bandolera y arropa con ella las piernas de María, y se la extiende también sobre el regazo, de forma que sus manos, bajo la cobija y el manto, estén bien calientes.

Encuentran a un pastor, que corta el camino con su rebaño, pasando de los pastos de la derecha a los de la izquierda. José se inclina hacia él para decirle algo.
El pastor hace un gesto afirmativo. José toma el borriquillo y tira de él detrás del rebaño hasta el prado. El pastor saca de una alforja una tosca escudilla, ordeña a una gruesa oveja de ubres llenas, da la escudilla a José y éste a su vez se la ofrece a María.

-¡Que Dios os bendiga a los dos! — dice María —. A ti, por tu amor; y a ti por tu bondad. Oraré por ti.


¿Venís de lejos?
-De Nazaret -responde José.
-¿Y vais hacia...?.
-A Belén.
-Largo viaje para esta mujer en este estado. ¿Es tu esposa?.
-Es mi esposa».
-¿Tenéis dónde ir?
-No.

-¡Mala cosa! Belén está llena de gente llegada de todas partes para inscribirse o para ir a otro lugar, No sé si encontraréis alojamiento. ¿Conoces bien este lugar?
-No mucho.

-Bueno, pues... yo te digo... por ella (y señala a María). Preguntad por la posada. Estará llena. Más que nada os lo digo como referencia. Está en una plaza, en la más grande. Se llega por este mismo camino, no hay pérdida posible.


Delante hay una fuente. La posada es grande y baja y tiene un portal grande. Estará llena. De todas formas, si no encontráis nada en ella ni en las otras casas, id a la parte de atrás de la posada, hacia el campo. En el monte hay unos establos que algunas veces les sirven a los mercaderes que van a Jerusalén para meter a los animales que no tienen sitio en la posada. Son establos — ya sabéis — que están en el monte; por tanto, húmedos, fríos y sin puerta. Pero son al menos un refugio; esta mujer... no puede quedarse en la calle. Quizás allí encontréis un sitio... y heno para dormir y para el burro... ¡Y que Dios os acompañe!

-¡Y que alegre tus días! -responde María. José en cambio dice:
-La paz sea contigo.


Vuelven al camino. Salvan una prominencia del terreno desde la que se ve una depresión más vasta limitada por delicadas pendientes. En la cuenca y arriba y abajo por las laderas hay casas y más casas: es Belén.
-Estamos en la tierra de David, María. Ahora podrás descansar. Te veo muy cansada...
-No. Estaba pensando... estoy pensando...

María le coge la mano a José y, sonriendo con beatitud, le dice:
Tengo la firme impresión de que ha llegado el momento.
-¡Dios de misericordia! ¿Qué hacemos?
-No te preocupes, José. Permanece firme. ¿No ves lo tranquila que estoy yo».
-Pero estás sufriendo mucho”.

Aunque tengo la certeza de que este no es un documento histórico; me parece muy agradable y créanme, encontré mucho gusto al leerlo.

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Sopetrán, Diciembre 23 del 2019.
Darío Sevillano Álvarez.