sábado, 22 de octubre de 2022

¿Hacia a donde vas Petro?

 

¿Hacia a donde nos va a llevar Petro?

Cando estábamos en el seminario, nuestros profesores nos enseñaron una anécdota preciosa que le ocurrió a San Pedro en Roma:

Dios se permite preguntarle ¿Quo vadis Petro?

Porque él, se alejaba de Roma de huida de las persecuciones de los Césares y Dios le dijo voy hacia Roma porque tu dejas el trono.

Esta misma pregunta se la podemos hacer a nuestro presidente de la república, pero no relacionada con una fuga; sino por los revolcones tan grandes que le está dando al estado en solo dos meses de gobierno.

Al presidente Gustavo Petro hay que hacerle la misma pregunta, porque a veces huye de Roma como Pedro, y a veces parece dirigirse a ella, en plan de mesías.

A mi modo de ver las cosas, el único ministro que saca la cara por el gabinete ministerial, porque demuestra estar posesionado de su papel, es el de hacienda, que muestra muchos conocimientos en esa materia y que siempre que, otro de los ministros, mete las patas, él sale a mejorar las explicaciones, para que los ciudadanos no mostremos el cansancio con sus actitudes.

Tengo la impresión de que la mayoría de los ministros fueron nombrados, para cumplir compromisos políticos del pastel burocrático; pero el presidente que en muchos de sus discursos parece estar consciente de lo que está haciendo, debiera pedir la renuncia de algunos de ellos, porque la gestión pública, se le va a complicar.

Traigo a colación este párrafo que me encontré leyendo a otro escritor:

Su gobierno refleja esas contradicciones, como lo demuestran minhacienda y minminas, quienes cada día escalan más su rifirrafe. La ministra de Minas y Energía, Irene Vélez, y su viceministra, Belizza Ruiz, anuncian una y otra vez que el Gobierno no otorgará más contratos de exploración de hidrocarburos, mientras el titular de las finanzas públicas, José Antonio Ocampo, las desmiente, alegando que “esa decisión no ha sido adoptada” por el Ejecutivo.

Minhacienda parece condenado –ojalá no se aburra– a ser la voz sensata del gabinete, como le ocurrió tras la firma del pacto del Gobierno con los ganaderos para que la Nación compre tres millones de hectáreas y las reparta entre los campesinos sin tierra. Ocampo se vio obligado a aclarar que esa compra no se puede hacer con bonos de deuda pública, como habían planteado el presidente y la ministra.

Eso para no hablar de otras inquietudes sobre el tema: ¿de dónde saldrá la financiación para esos campesinos? ¿Y la asistencia técnica? ¿Y la mano de obra que ya hoy escasea en el campo?”

Tengo la impresión de que el ministro Ocampo, se va a cansar y que no llegará a los primeros seis meses de gobierno.

“En fin, dudas sobran. Y es que el propio presidente alienta, con su doble lenguaje, todas esas confusiones que desconciertan y en ocasiones asustan.

Por momentos hay un Petro racional que se sienta a hablar de modo civilizado con Álvaro Uribe, que en tono responsable advierte que viene una recesión en 2023, y que ordena promover y votar, en la ONU, la condena a Rusia por la anexión, proclamada por Putin, de territorios parcialmente invadidos por sus tropas, que pertenecen a Ucrania.

Pero a veces asoma el Petro que amenaza a industriales y banqueros, que tuitea que va a intervenir el mercado de capitales –lo que disparó el dólar y, con ello, la inflación– y que culpa a la Unión Europea de la guerra en Ucrania, como lo ha insinuado en varias declaraciones.

O peor, el Petro que sugiere que las leyes y decretos son “el enemigo interno”, un argumento típico de quien sueña con saltarse las normas como lo hacen los dictadores”.

“Petro y algunos de sus aliados han comenzado a hacer otras delicadas insinuaciones.

“Estamos perdiendo tiempo, tiempo que yo no tengo –aseguró el miércoles, ante cientos de indígenas en el Cauca–, si algo le falta a este gobierno es tiempo”.

Lo que no tenemos es tiempo...”. Otras voces cercanas al mandatario comienzan a plantear en privado que hay que ampliar el periodo presidencial, o reabrir la discusión sobre la reelección, porque cuatro años es poco tiempo.

Algo muy distinto decía el candidato Petro cuando buscaba con desespero tranquilizar a los votantes centristas para ganar las elecciones.

 “Tengan la seguridad de que yo no buscaré la reelección”, dijo, solemnemente, en una declaración grabada en video, cinco días antes de la votación de segunda vuelta.

Y agregó, tajante: “Creo firmemente que cuatro años son suficientes para lograr grandes cosas y sentar las bases para una transformación en nuestro país”.

Estas consideraciones, me están sonando muy mal y pueda ser que no vayamos a terminar como Venezuela con Chávez.

Al fin, ¿bastan o no cuatro años? ¿A cuál Petro hay que creerle? Como en el legendario episodio de la historia cristiana, es válida la pregunta: “¿Quo vadis, Petro?”, ¿para dónde va, presidente?

El problema es que –a pesar de la similitud en el nombre- ni Petro es el apóstol Pedro, ni mucho menos es Jesús, aunque a veces el presidente se imagine como salvador.

En discursos del Cauca y el Valle dice lo que va a hacer.

Los colombianos debemos prestar atención.

Petro sabe de poder: cómo llegar a él, y cómo quedarse ahí.

Sabe que la gran mentira, la intimidación y la violencia son medios tan eficaces o más que los argumentos racionales y el apoyo popular en elecciones para llegar y mantener el poder.

Él tuvo plena confianza en esos métodos, que fueron parte importante de su vida.

Petro tiene claro y presente cómo llegaron y se quedaron Hitler, Franco, Fidel Castro y su hermano, Sadam Hussein, Chávez-Maduro, Ortega, Putin, Erdogan.

Con todo y la gravedad del daño que va a hacer el gobierno Petro con numerosas medidas económicas, eso solo distrae de la principal amenaza que representa Petro para Colombia, que es la destrucción de la democracia, para perpetuarse en el poder.

En discursos recientes en el Cauca y el Valle, dice claramente lo que va a hacer.

Los colombianos debemos prestar atención.

Según Petro, el primer obstáculo para que su gobierno pueda cumplir su mandato democrático, son todas las normas e instituciones de nuestra democracia, que no han sido hechas para beneficio de las mayorías, sino para favorecer a una oligarquía explotadora y corrupta.

"Los procedimientos construidos y escritos a través de normas, durante décadas…normas hechas por los privilegiados del Estado".

Aunque Petro acusa repetidamente a una oligarquía que: "ha gobernado a Colombia en los últimos dos siglos, llenándose de privilegios…de dinero, de fortunas, extraídos de la injusticia social", nunca dice quien específicamente hace parte de la mítica omnipotente hiper corrupta oligarquía.

Solo dice: "¿Qué es la oligarquía? Los hijos de los esclavistas".

Y todos los funcionarios del Estado (excepto los que él ha nombrado) solo sirven a esa oligarquía: "funcionarios que tienen el corazón en la codicia, en el bolsillo…a ver si se llenan de billetes".

 Y como los funcionarios que sirven a los oligarcas están enquistados en todas las instituciones y las controlan, no es posible reformarlas.

Eso hace "que no se produzcan los cambios, a pesar de que el presidente quiera".

Por todo lo anterior, en la visión que plantea Petro, el Estado, sus instituciones y sus normas (la Constitución y las leyes) no son legítimos.

No hay entonces justificación ética o política para protegerlas o defenderlas.

Todo en su discurso indica que, para él, lo que tiene legitimidad democrática, no es el Congreso elegido y menos aún la Justicia.

 

No es con ellos que va a hacer los cambios: es con la gente en la calle; "es convocando a la población a las calles, a las plazas públicas, para construir colectivamente el país que queremos".

"Lo que queremos es un millón de personas saliendo a la plaza pública".

Es "esa legitimidad" basada en "ríos de gente que salgan a apoyarme" a lo que el invita; a "que se apropien del poder", a hacer "una redefinición de la democracia".

Su proyecto no es solo para Colombia, sino para América Latina, y a veces incluye también a Norteamérica.

Les dice a los indígenas del Cauca que no pueden quedarse en el tema regional pequeño.

"Este gobierno tiene que ser de multitudes, y ustedes están para convocar esas multitudes en toda Colombia y en toda América Latina".

Petro sabe que esas manifestaciones masivas y acciones populares azuzadas por él pueden llegar a incluir, violaciones de la Ley.

 Para Petro es esencial que el Ejército y la Policía no actúen contra los que cometan delitos con el objetivo del "cambio" y respalden su gobierno.

Ningún policía o soldado hace parte de la oligarquía opresora. Repite varias veces en su discurso que el pueblo no debe luchar contra el pueblo "uniformados por el Estado, uniformados por la insurgencia, matándonos…". Sus ministros de Defensa y Justicia trabajan en neutralizar a policías y soldados, a la vez que Petro busca persuadirlos de que ellos no deben actuar como guardianes de la Ley y las instituciones, sino como parte del pueblo explotado.

Petro pretende distinguir entre el Estado y sus instituciones y "su" Gobierno.

EL es el Gobierno que representa al pueblo.

El Estado y sus instituciones sólo son instrumentos al servicio de la oligarquía que impiden que él, en toda su genialidad, transformen a Colombia, a América, y al mundo.

 Pero claro, para eso va a requerir más tiempo.

Lo que se interpone ante la necesidad de tener más tiempo como líder supremo, es el plazo definido por la Constitución y la ley.

Pero esas son normas ilegítimas de un Estado al servicio de la oligarquía, que no es menester acatar.

Solo hay que obedecer la verdadera democracia, que es el pueblo. Y no el pueblo que vota, sino el que sale a las calles.

"El Gobierno del cambio se volverá del cambio, si hay pueblo en la calle".

Como complemento a lo anterior, hace unas semanas Petro anunció que su gobierno destinará un billón de pesos anuales a pagar a jóvenes excriminales, o en riesgo de convertirse en criminales. 

Sobra decir que esos exdelincuentes, o delincuentes en potencia, a sueldo de Petro, lo van a defender beligerantemente.

Que se cuiden quienes participen en manifestaciones anti-petristas en un futuro, de esas milicias, preocupantemente reminiscentes de las milicias bolivarianas (Venezuela), camisas pardas (Alemania hitleriana), camisas negras (Italia de Mussolini).

Petro está montando el andamiaje, y nos está contando exactamente lo que va a hacer.

Nosotros, personas comunes y corrientes, no alcanzamos a imaginar lo que pueden hacer algunos en el poder.

 Defenderemos mejor nuestra democracia, si tenemos presente qué la amenaza.

Nadie espera que el presidente arregle el país en apenas dos meses de mandato, pero tampoco que lo destruya, lo cual ha venido haciendo a través de varias declaraciones, particularmente desde su cuenta de Twitter.

La libertad de expresión es un derecho que todos tenemos, pero tiene límites.

En su momento, las directivas de Twitter tomaron la decisión de cerrar la cuenta de Donald Trump, siendo este presidente de los Estados Unidos, ya que consideraron incitaba a la violencia a través de esta red social.

El candidato Petro en campaña en varias ocasiones promovió, desde su cuenta de Twitter, que se cometieran hechos violentos, sin que sucediera nada.

Ahora, como primer mandatario, continúa haciendo señalamientos contra periodistas, a pesar de que en el pasado la Fundación por la Libertad de Prensa (FLIP) le hiciera sendos llamados de atención.

Al parecer, al presidente no le interesa la prensa libre, o quizás sí, aquella que le hace propaganda.

Tampoco el que no haya violencia, a pesar de sus llamados a la ‘paz total’.

¿No será que deberían entonces cerrar su cuenta de Twitter, al igual que a Trump?

Las desatinadas manifestaciones de Petro en materia económica, varias veces corregidas por el actual ministro de Hacienda, lastiman la economía gravemente.

En su momento, las agresiones a la prensa o los llamados implícitos a la violencia durante el Paro Nacional pudieron generar la muerte de comunicadores o de ciudadanos del común por cuenta de declaraciones irresponsables.

Ahora sus pronunciamientos en materia económica pueden generar la muerte de empresas, y también de personas por cuenta del hambre que ocasiona la inflación y las muy mal encaminadas políticas que en materia económica y energética se empiezan a ejecutar.

Los trinos de Petro no están generando pánico, sino terror económico.

La reforma tributaria, a pesar de que se puede necesitar, va a causar la quiebra de muchos negocios; el desface de la economía doméstica; y muchas familias, entrarán a engrosar las filas de los pobres vergonzantes.


Sus pronunciamientos en materia económica afectan gravemente al país, la devaluación del peso es prueba de ello.

La inflación es el peor impuesto que se le puede poner a los pobres, aquellos que tanto ha prometido ayudar.

De continuar el presidente con sus desafortunados pronunciamientos, la clase media, ya bastante afectada por la pandemia, terminará desapareciendo.

Es entonces cuando la ciudadanía debe actuar a través de una veeduría responsable.

 Debe ponerse fin al discurso de lucha de clases, a través del cual solo se genera más pobreza.

Deben crearse políticas acordes al momento histórico que el mundo vive, no esté monigote de reformas sin sentido que terminarán destruyendo al país.

Los que podamos, debemos poner sobre relieve los atropellos que quieren cometerse contra todos los colombianos.

Entre tanto, es justo pedir una mayor ecuanimidad al Gobierno, así como seriedad en su actuar.

Los conceptos que he escrito, en este documento, se identifican plenamente con los escritos de tres grandes críticos del gobierno de Petro:

Mauricio Vargas; Enrique Peñalosa y; Alejandra Carvajal, por esa razón en el documento, inserto párrafos de los escritos de sendos autores.

Sopetrán, octubre 19 del 2022.

Darío Sevillano Álvarez.



























miércoles, 5 de octubre de 2022

¿Que está pasando con los gobernantes colombianos?

 

Democracia, la forma más elegante para gobernar, tiende a desaparecer.

En todo el planeta, venimos observando con mucha preocupación, que las democracias, que son la mejor forma para gobernar están desapareciendo por obra de magia.

Los gobernantes modernos, con la ansiedad del poder y la fuerza de conseguir dinero en cantidades, se están volviendo autócratas, es decir, con una palabra más acertada: Se están convirtiendo en dictadores y a pesar de que las constituciones que rigen en sus países, no lo permiten, se están reeligiendo, por períodos consecutivos, que los convierten en dictadores eternos de sus estados.

Para muestra, sin exageraciones, citemos los más famosos:

Putin en la federación rusa; Xi Jinping en la China; Kim Jong Un, en Corea del norte; Maduro en Venezuela; Ortega, en Nicaragua; Días Caney, en Cuba; Ebrahim Raísi, en Irán; Etc, Etc.

Ninguno de ellos quiere que se acabe su imperio y lo consiguen a sangre y fuego, como se imponen las normas en esos ingratos países.

Lo peor del caso, es que estos poco ilustres ciudadanos, están prolongando sus imperios, porque el poder del dinero así lo necesita; pues todos ellos son los mejores capitalistas del planeta y tienen cuentas bancarias muy elevadas, en muchos bancos de la tierra.

Otro factor muy peligroso y preocupante, es que casi todos ellos, para perpetuarse en el poder, se están especializando en poseer armas nucleares, para convencer a sus enemigos, de que los deben respetar, por encima de cualquier circunstancia.

Los que no se han especializado en las armas nucleares, se han encomendado a los que manejan las grandes potencias, en esta materia, para que los hagan respetar de todo mal y peligro.

Como ejemplo de lo que estoy afirmando, fijémonos en: Nicaragua, Cuba y Venezuela, que están bien protegidos por China y Rusia.

Pero los que sabemos de política internacional, estamos muy preocupados, porque esas dos potencias acompañadas de Irán, no son fruta que come mono, eso que estoy presintiendo, nos lo está mostrando, lo que ocurre en Ucrania; porque estos sinvergüenzas, están buscando poderío territorial en todo el planeta.

Los golpes de estado, pululan en todas las repúblicas, como ejemplo podemos ver, lo que está ocurriendo en una pequeña república de África, como Burkina Faso, en donde se han dado dos golpes de estado en el presente año.

“La imagen típica de la quiebra democrática es un general deponiendo, y sustituyendo, a un presidente elegido democráticamente.

Esa sustitución implicaba un cambio de gobierno, pero, sobre todo, un cambio de régimen.

El adjetivo habitual era «militar»: un golpe militar daba lugar a un régimen militar.

Pero habitualmente era un sobreentendido que no hacía falta reforzar: ¿de qué otro tipo podía ser un golpe?

Esto cambió.

Hoy abundan todo tipo de calificativos: golpe blando, suave, parlamentario, judicial, electoral, de mercado, en cámara lenta, de la sociedad civil…

Esta profusión no debe ser naturalizada.

Corresponde preguntarse: ¿Por qué llegamos del concepto clásico de golpe, a esta abundancia de subtipos disminuidos?”

Un golpe clásico significaba la interrupción inconstitucional de un gobierno por parte de otro agente del Estado.

Los tres elementos constitutivos eran el blanco (el jefe de Estado o gobierno), el perpetrador (otro agente estatal, generalmente las Fuerzas Armadas) y el procedimiento (secreto, rápido y, sobre todo, ilegal).

En la actualidad, aunque las interrupciones de mandato siguen ocurriendo, es cada vez más infrecuente que contengan los tres elementos.

En ausencia de uno de ellos, se multiplicaron los calificadores que, buscando justificar el uso de la palabra «golpe», dejan en evidencia que no lo es tanto.

Los golpes modernos han cambiado de estructura y de la combinación de los tres elementos constitutivos clásicos, emergen las siguientes posibilidades:

Si el perpetrador es un agente estatal, el blanco es el jefe de Estado y su destitución es ilegal, estamos frente a un golpe de Estado clásico.
Los ejemplos típicos incluyen la sustitución de Salvador Allende por Augusto Pinochet en Chile en 1973 y la de Isabel Martínez de Perón por Jorge Rafael Videla en Argentina en 1976.
Si el jefe de Estado es destituido ilegalmente pero el perpetrador no es un agente estatal, el acto sería una revolución.
A estos golpes se les pudiera llamar una guerra civil.

 El golpe de mercado es citado, por ejemplo, como causa de la renuncia de Raúl Alfonsín en 1989, en Argentina, mientras que Nicolás Maduro denunció un «golpe electoral» cuando perdió las elecciones legislativas en 2015.

 Si el perpetrador es un agente estatal y la destitución es ilegal, pero el blanco no es el jefe de Estado, presenciamos lo que se llama autogolpe

Esta palabra es engañosa, porque se refiere a un golpe que no es dirigido contra uno mismo, sino contra otro órgano de gobierno, como cuando el presidente cierra el Congreso.

Estos casos incluyen los llamados «golpes judiciales» y el «golpe en cámara lenta».

El autogolpe arquetípico es el de Alberto Fujimori en 1992, en Perú, pero golpe judicial se aplica a casos como el de Venezuela cuando, en 2017, el Poder Judicial resolvió retirarle las atribuciones legislativas a la Asamblea Nacional.

Si el perpetrador es un agente estatal y el blanco es el jefe de Estado, pero el procedimiento de destitución es legal, se trata de un juicio político o, como le dicen en Estados Unidos y Brasil, impeachment.

La controversia emerge porque, aunque el Poder Judicial ratifique el procedimiento, la víctima puede alegar parcialidad y cuestionar su legitimidad.

 

Aquí surgen el llamado «golpe blando», el «golpe parlamentario» y el aún más paradójico «golpe constitucional».

Este se podría llamar un golpe constitucional

Las destituciones de Fernando Collor de Mello en 1992 y de Dilma Rousseff en 2016 en Brasil han sido denunciadas por sus víctimas como golpes blandos o golpes parlamentarios, dado que no hubo utilización de fuerza militar y ambos procesos se canalizaron por el Congreso con la anuencia del Poder Judicial.

Los golpes con adjetivos se distinguen por la ausencia de uno de los tres componentes clásicos del golpe de Estado.

El debate sobre si tal destitución fue golpe o no sigue encendiendo pasiones y, sin embargo, es cada vez menos relevante.

Porque, últimamente, las democracias no quiebran cuando cae un gobierno elegido, sino cuando se mantiene.


Hasta la década de 1980, las democracias morían de golpe. Literalmente.

 Hoy no: ahora lo hacen de a poco, lentamente.

Se desangran entre la indignación del electorado y la acción corrosiva de los demagogos.

Mirando más atrás en la historia, los politólogos estadounidenses Steven Levitsky y Gabriel Ziblatt advierten que lo que vemos en nuestros días no es la primera vez que ocurre: antes de morir de pronto, las democracias también morían desde adentro, de a poquito.

Los espectros de Benito Mussolini y Adolf Hitler recorren su libro de 2018, Cómo mueren las democracias, como ejemplo de que la democracia está siempre en construcción y las elecciones que la edifican también pueden demolerla.

Esta obra es un llamado a la vigilancia para mantener la libertad.

Aunque la comparación de Hitler y Mussolini con Hugo Chávez es manifiestamente exagerada, los autores subrayan la similitud de las rutas que los llevaron al poder: siendo tres personajes poco conocidos que fueron capaces de captar la atención pública, la clave de su ascenso reside en que los políticos establecidos pasaron por alto las señales de advertencia y les entregaron el poder (Hitler y Mussolini) o les abrieron las puertas para alcanzarlo (Chávez).

La abdicación de la responsabilidad política por parte de los moderados, es el umbral de la victoria de los extremistas.

Un problema de la democracia es que, a diferencia de las dictaduras, se concibe como permanente y, sin embargo, al igual que las dictaduras, su supervivencia nunca está garantizada.

A la democracia hay que cultivarla cotidianamente.

Esto fue lo que no hicieron los últimos cuatro gobernantes colombianos y eso produjo, la toma del poder por la izquierda, con Petro a la cabeza.

Como eso exige negociación, compromiso y concesiones, los reveses son inevitables y las victorias, siempre parciales.

Pero esto, que cualquier demócrata sabe por experiencia y acepta por formación, es frustrante para los recién llegados.

Y la impaciencia alimenta la intolerancia.

Ante los obstáculos, algunos demagogos relegan la negociación y optan por capturar a los árbitros (jueces y organismos de control), comprar a los opositores y cambiar las reglas del juego.

Mientras puedan hacerlo de manera paulatina y bajo una aparente legalidad, argumentan Levitsky y Ziblatt, la deriva autoritaria no hace saltar las alarmas.

Como la rana a baño maría, la ciudadanía puede tardar demasiado en darse cuenta de que la democracia está siendo desmantelada.

Los autores dejan tres lecciones y a cada una de ellas se asocia un desafío.

 

La primera es que no son las instituciones, sino ciertas prácticas políticas, las que sostienen la democracia.

La distinción entre presidencialismo y parlamentarismo, o entre sistemas electorales mayoritarios y minoritarios, hace las delicias de los politólogos, pero no determina la estabilidad ni la calidad del gobierno.

El éxito de la democracia depende de otras dos cosas: de la tolerancia hacia el otro y de la contención institucional, es decir, de la decisión de hacer menos de lo que la ley me permite.

En efecto, las constituciones no obligan a tratar a los rivales como contrincantes legítimos por el poder ni a moderarse en el uso de las prerrogativas institucionales para garantizar un juego limpio.

Sin embargo, sin normas informales que vayan en ese sentido, el sistema constitucional de controles y equilibrios no funciona como previeron Montesquieu y los padres fundadores de Los Estados Unidos, ni como esperaríamos los que adaptamos ese modelo en otras latitudes.

 

El primer desafío, entonces, es comportarnos más civilmente de lo que la ley exige.

La segunda lección es que las prácticas de la tolerancia y la autocontención fructifican mejor en sociedades homogéneas… o excluyentes.

El éxito de la democracia estadounidense se debió tanto a su Constitución y a sus partidos como a la esclavitud primero y a la segregación después.

El desafío del presente consiste en practicar la tolerancia y la autocontención en una sociedad plural, multirracial e incluso multicultural, donde el otro es a la vez muy distinto de nosotros y parte del nosotros.

Este reto interpela a todas las democracias.

La tercera lección es que el problema de la polarización está en la dosis.

Un poco de polarización es bueno, porque la existencia de alternativas diferenciadas mejora la representación; pero un exceso es perjudicial, porque dificulta los acuerdos y, en consecuencia, empeora las políticas.

El desafío de los demócratas no consiste en eliminar la grieta sino en dosificarla.

Levitsky y Ziblatt lo dicen así:

La polarización puede despedazar las normas democráticas.

Para terminar, les quiero decir, aunque Petro no ganó con los votos de opinión; sino con los votos obligatorios, que los grupos al margen de la ley le impusieron, a los ciudadanos de bien, para esas elecciones; no sabemos hasta cuando vaya a gobernar, porque tiene en sus manos el poder y está viviendo sabroso, en compañía de su flamante vicepresidenta.

No podemos criticar todo lo que hace un gobernante, porque esto, resultaría ridículo; pero las compras y las cosas que está haciendo nuestro presidente, me parecen exageradas y no se compadecen con la política de austeridad, que tanto anunció en su campaña.

Es importante que los colombianos nos enteremos de lo que suena mal y muy mal en algunas cosas que son exageradas, precisamente en un gobierno como el de Petro, que ha hablado tanto y criticado tanto en el pasado, y que ha prometido austeridad y cambio.

Una cosa es, por ejemplo, comprar unos cubiertos y otra muy distinta comprarlos de oro, cuando quienes los pretenden comprar han criticado sin piedad en el pasado compras menos relevantes o groseras.

Una cosa es comprar lo que se necesita y otra es comprarlo en versión suntuaria o con humillante lujo, pues se trata de recursos públicos.

Y ese es el punto.

 Al final, esto es más de lo mismo cuando se trata de Petro.

Aquí, como en tantas otras cosas, el pez, muere por la boca, pues, al fin y al cabo, la lengua es su peor azote.

Criticaron a Duque hasta más no poder, por pretender comprar para la dotación de la mismísima casa privada del Palacio de Nariño un asador de $3 millones.

Sin embargo, les parece intrascendente comprar cosas rabiosamente suntuarias como un televisor de más de $27 millones; un plumón de pluma de ganso de más de $4 millones; un juego de cama de tela de 500 hilos de más de $2 millones; un duvet de 500 hilos de casi $3 millones cada uno; una licuadora de casi $2 millones; una cubierta de estufa de vitrocerámica de inducción de más de $17 millones; entre otras joyas.


Eso es lo que está verdaderamente mal, y ahí es donde radica la indignación de la gente, sobre todo cuando prometieron no hacerlo.

Por eso me pareció grandioso un trino en el que se dice de Petro:

“Se vendió como Pepe Mujica y terminó siendo una Kardashian”.

Claramente, el problema de este gobierno no es la dotación de la casa privada, el problema es que nadie da pie con bola, empezando por el propio presidente y su entorno más cercano.

A Petro se le vio portando un overol de tripulante de la FAC, y, posteriormente, abordó un avión supersónico de guerra, en el que tuvo un vuelo de media hora.

¿Se imaginan ustedes la cantidad de pesos que puede haber costado esta operación relámpago de nuestro petulante presidente?

 

Sopetrán, octubre 4 del 2022.


Darío Sevillano Álvarez.