viernes, 6 de agosto de 2021

Importante sopetranero muere a sus 75 años.

 

Gabriel Escobar Gaviria, uno de los grandes hijos de Sopetrán.

Con 75 años de edad, ha muerto en Envigado aquel que siempre mostró a un gran aprecio, por su patria chica, en sus escritos, en sus blogs Gers, en sus constantes visitas a la Virgen Morena, y en su actitud personal, como todos los miembros de esa ilustre familia: Sixta Tulia, Ester, Inés, Raquel y José Luis, que siempre estuvieron pendientes de su pueblo, para sacarlo adelante.


Con este escrito, muestra el diario el colombiano, la terrible pérdida, de este ilustre amigo:

“Se murió Sófocles, el de la Gazapera, el columnista que ejercía el escrutinio de la palabra escrita. Se llamaba Gabriel Escobar Gaviria y durante 28 años obró como un consumado cazador de gazapos. Habilidad llevada al esplendor por el inolvidable Roberto Cadavid Misas, Argos, quien marcó época en el diario como ingenioso gramático, y que él terminó reemplazando desde que envió una carta de lector para advertir tres errores en un mismo escrito.

Eso sí, sin los dos apellidos para que no sonara su corrección como firmada por un hermano del capo del narcotráfico. Desde entonces, su columna fue infaltable y ratificó su disciplina a blindar el idioma, oficio que, según contaba, empezó en su vida cuando corregía los errores ortográficos de sus compañeros de universidad. Ingenio que también ejerció en El Colombiano de Medellín en su columna Vista de Lince, firmada por Abel Méndez, y en el Diario del Otún de Pereira”.

Cuando me conoció, por medio de uno de mis escritos, sobre nuestra Señora de Sopetrán, me abrió las puertas de su Blogger, los Gavirias de Sopetrán y el él tuve la oportunidad de salir del anonimato y entrar por la puerta grande, en los medios masivos de comunicación

Podría decir, sin hacer exageraciones, que me dedicó, con mucha especialidad ese Blogger y publicó en él, más de doscientos artículos, que fueron consultados por miles de ciudadanos del planeta.

En las estadísticas de ese Blogger, siempre encontrábamos, grandes cantidades de usuarios de la internet que nos leían.

“Nacido en Sopetrán (Antioquia), en la casa que hoy vive la familia Carvallo Hoyos, en la calle del Caño, Gabriel Escobar Gaviria, se educó con los salesianos, de ellos heredó su interminable estudio del latín, y terminó en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, donde se graduó de ingeniero eléctrico.

Trabajó para la empresa antioqueña de energía y desplegó conocimiento en el país extendiendo redes de transmisión y centrales telefónicas hasta que se jubiló.

Pero en su incansable ajetreo profesional nunca le faltó tiempo para lo suyo.

Su disciplina de escritor, más que de lector, con extraordinarias crónicas que fue obsequiando a los contertulios de su conversación permanente. 

Comida para gatos, En Sincelejo no hay alzhéimer, La cordura del perro, La lección de la anciana, el legado de un hombre que se esforzaba encontrando gazapos para gozarse a los amigos, y que deja a su esposa, sus dos hijos y al entorno de sus cercanos y familia, el testimonio de una vida digna de ser exaltada”.


“Una persona que cuando hablaba enseñaba”, resume su amigo Luis Fernando Múnera, que lo exalta como un hombre “sin sombras, alegre, optimista y dispuesto a ponerle picante a la vida”, que deja en las páginas de El Espectador su memoria de acompañamiento a la tarea diaria de construir el periódico.

Con su lupa desde Medellín a lo escrito aquí o en la periferia, con la misma precisión con la que trazó su ruta como ingeniero electricista, cómo él prefería definirse.

Su fina lupa de conocimientos gramaticales del idioma español, lo llevó a crear un espacio, para anunciar todos los gazapos, es decir las formas no aceptables de la escritura del idioma.

MINUTO DE LECTURA.

En la cola de rata

Un ingeniero electricista de profesión, con más de 27 años de experiencia como columnista, cuenta sus anécdotas sobre la gramática y la ortografía.

“Yo me empecé a dar cuenta de que algunos compañeros de mi universidad tenían muy mala ortografía.

Sin embargo, había entre ellos –no recuerdo el nombre, pero le decíamos Manizales- que nos daba conferencias de lo importante de la ortografía y eso nos ayudaba a ver la manera correcta de escribir las palabras.

Desde aquellas reuniones me surgió el interés por saber la manera correcta de escribir y me pregunté a mí mismo por qué no tenía los errores de los demás.

 Resulta que yo hice todo el bachillerato en un seminario salesiano y allí me reforzaron la escritura en latín.

Gracias al seminario y a aquellas conferencias, me di cuenta de que las faltas de ortografía se pueden evitar con un buen uso y conocimiento del latín.



La forma de escribir dice mucho de uno.

 Aunque mi carrera principal es ingeniería, yo lo tomé más bien como un pasatiempo.

Uno muy importante.

Existía un ingeniero civil llamado Roberto Cadavid Misas, Argos, que tuvo la columna de nombre Gazapera, que aparecía en El Espectador los miércoles, por unos 5 o 6 años.

Fue una sección de opinión con contenido muy bien recibido.

Entonces, yo siempre compraba el periódico cada vez que salía su publicación.

Roberto murió y dejó de salir su sección, por lo cual, asumió la dirección de ella uno de los hermanos del difunto director, Guillermo Cano.

A pesar del cambio de autor, Gabriel seguía comprando El Espectador para leer la Gazapera, hasta que un día cualquiera, vio unos 4 o 5 errores en una de las columnas y decidió enviarles una carta con el seudónimo de Sófocles para comentarles dichas equivocaciones.

No le puse mis dos apellidos, Escobar Gaviria, debido al incidente de la muerte de Guillermo Cano a causa de Pablo Escobar Gaviria; no creí que una carta criticando El Espectador, proveniente de alguien con los mismos apellidos que el narcotraficante que le hizo tanto daño al periódico estuviera bien.

Después, en una edición posterior de la columna, apareció la carta que les mandé con los errores que señalé. Además, exaltaron aquellas críticas y pidieron que el autor de aquella carta se comunicara con ellos.

Lo hice, les dije mis intenciones y la explicación de mis dos apellidos, me terminaron ofreciendo la columna Gazapera y seguí con el seudónimo de Sófocles.

Tengo la columna desde 1993, y aunque me cortaron la columna debido a la crisis financiera del periódico durante unos años, pude continuar escribiendo en octubre del 2000 y hasta hoy sigue intacta.

Además de El Espectador, trabajé en El Colombiano con una columna llamada “Vista de lince” y en El Diario del Otún, de Pereira, en el cual todavía escribo, con el seudónimo de Abel Méndez.

También escribí algunas columnas para la emisora del CIPA (Círculo de Periodistas y Comunicadores de Antioquia).

Son cosas varias, relacionadas con la ortografía y la gramática

Empecé en El Diario del Otún de Pereira a mediados de 1995.

 

Es uno de los periódicos que más me gustaban de Pereira. Un día leí la bandera del periódico y me di cuenta de que el director era Javier Ignacio Ramírez Múnera, un ingeniero electricista compañero mío de la promoción de ingenieros de la Bolivariana de 1971.

 Inmediatamente tomé el teléfono y pedí que me dejaran hablar con el director. Fue algo así:

—Hombre Javier, imagínate que desde hace días vengo comprando con regularidad un periódico pereirano que se llama El Diario del Otún y los errores que encuentro hacen parte de mi columna de El Espectador que se llama Gazapera.

Hoy me di cuenta de que vos sos el director.

—Como así, entonces ¿vos sos Sófocles?

Dos meses después, me llamó y me pidió que le hiciera una columna similar.

Apareció Taller del idioma, escrito por Abel Méndez. Todavía la escribo igual que a la Gazapera.

Entré a finales de 1995, meses después de haber empezado a trabajar en El Diario del Otún.

Alberto Piedrahita Barrientos, mi primer decano en la UPB, que tenía una finca en Santafé de Antioquia y me hacía visitas en la oficina de El Espectador, me felicitaba por mi columna en El Espectador y me aseguraba que me conseguiría una columna en El Colombiano.

Pasaron dos años sin contacto con él hasta que un día me llamó y me dijo que me tenía el puesto listo.

Cuando llegué a la sede de El Colombiano, Alberto me dijo que en el nombre de la columna introdujera la palabra «lince». Como si yo lo hubiera pensado antes, le dije de una vez, Vista de lince, nombre que gustó sobremanera a los directivos del diario.

Allí hablamos con el subdirector y firmamos el contrato.

¿Cuál es la forma más correcta para tener una buena ortografía?

Abrir el diccionario.

La gente es muy perezosa para abrir el diccionario. Tener cuidado con el mal uso y exageración de las comillas simples y dobles; es un error común tanto en periodistas como escritores.

Todo lo “encomillan”.

La gente debería leer los manuales de ortografía que saca la RAE, ya que son muy importantes y aseguran un buen conocimiento de la escritura.

La Ortografía de la lengua española (2010) es el mejor libro que han sacado sobre la forma de escribir y ya está en la página web.

También existe Fundeu que saca recomendaciones de escritura muy importantes.

Uno de los problemas actuales en la escritura es el uso de términos prestados de otras lenguas.

Aunque eso demuestra que está viva y evoluciona, para Escobar representa a veces un problema.

¿Qué pasa hoy en día?

Que todo el mundo se dedica a mirar el inglés, entonces el latín pasa a un segundo plano; como es el caso de los extranjerismos mal utilizados en la lengua castellana.

Era casi obligatorio, hacer este homenaje, al que fuera uno de los mejores amigos de Sopetrán y tal vez uno de sus hijos más ilustres.

Sopetrán, agosto 4 del 2021.

Darío Sevillano Álvarez.