miércoles, 5 de octubre de 2022

¿Que está pasando con los gobernantes colombianos?

 

Democracia, la forma más elegante para gobernar, tiende a desaparecer.

En todo el planeta, venimos observando con mucha preocupación, que las democracias, que son la mejor forma para gobernar están desapareciendo por obra de magia.

Los gobernantes modernos, con la ansiedad del poder y la fuerza de conseguir dinero en cantidades, se están volviendo autócratas, es decir, con una palabra más acertada: Se están convirtiendo en dictadores y a pesar de que las constituciones que rigen en sus países, no lo permiten, se están reeligiendo, por períodos consecutivos, que los convierten en dictadores eternos de sus estados.

Para muestra, sin exageraciones, citemos los más famosos:

Putin en la federación rusa; Xi Jinping en la China; Kim Jong Un, en Corea del norte; Maduro en Venezuela; Ortega, en Nicaragua; Días Caney, en Cuba; Ebrahim Raísi, en Irán; Etc, Etc.

Ninguno de ellos quiere que se acabe su imperio y lo consiguen a sangre y fuego, como se imponen las normas en esos ingratos países.

Lo peor del caso, es que estos poco ilustres ciudadanos, están prolongando sus imperios, porque el poder del dinero así lo necesita; pues todos ellos son los mejores capitalistas del planeta y tienen cuentas bancarias muy elevadas, en muchos bancos de la tierra.

Otro factor muy peligroso y preocupante, es que casi todos ellos, para perpetuarse en el poder, se están especializando en poseer armas nucleares, para convencer a sus enemigos, de que los deben respetar, por encima de cualquier circunstancia.

Los que no se han especializado en las armas nucleares, se han encomendado a los que manejan las grandes potencias, en esta materia, para que los hagan respetar de todo mal y peligro.

Como ejemplo de lo que estoy afirmando, fijémonos en: Nicaragua, Cuba y Venezuela, que están bien protegidos por China y Rusia.

Pero los que sabemos de política internacional, estamos muy preocupados, porque esas dos potencias acompañadas de Irán, no son fruta que come mono, eso que estoy presintiendo, nos lo está mostrando, lo que ocurre en Ucrania; porque estos sinvergüenzas, están buscando poderío territorial en todo el planeta.

Los golpes de estado, pululan en todas las repúblicas, como ejemplo podemos ver, lo que está ocurriendo en una pequeña república de África, como Burkina Faso, en donde se han dado dos golpes de estado en el presente año.

“La imagen típica de la quiebra democrática es un general deponiendo, y sustituyendo, a un presidente elegido democráticamente.

Esa sustitución implicaba un cambio de gobierno, pero, sobre todo, un cambio de régimen.

El adjetivo habitual era «militar»: un golpe militar daba lugar a un régimen militar.

Pero habitualmente era un sobreentendido que no hacía falta reforzar: ¿de qué otro tipo podía ser un golpe?

Esto cambió.

Hoy abundan todo tipo de calificativos: golpe blando, suave, parlamentario, judicial, electoral, de mercado, en cámara lenta, de la sociedad civil…

Esta profusión no debe ser naturalizada.

Corresponde preguntarse: ¿Por qué llegamos del concepto clásico de golpe, a esta abundancia de subtipos disminuidos?”

Un golpe clásico significaba la interrupción inconstitucional de un gobierno por parte de otro agente del Estado.

Los tres elementos constitutivos eran el blanco (el jefe de Estado o gobierno), el perpetrador (otro agente estatal, generalmente las Fuerzas Armadas) y el procedimiento (secreto, rápido y, sobre todo, ilegal).

En la actualidad, aunque las interrupciones de mandato siguen ocurriendo, es cada vez más infrecuente que contengan los tres elementos.

En ausencia de uno de ellos, se multiplicaron los calificadores que, buscando justificar el uso de la palabra «golpe», dejan en evidencia que no lo es tanto.

Los golpes modernos han cambiado de estructura y de la combinación de los tres elementos constitutivos clásicos, emergen las siguientes posibilidades:

Si el perpetrador es un agente estatal, el blanco es el jefe de Estado y su destitución es ilegal, estamos frente a un golpe de Estado clásico.
Los ejemplos típicos incluyen la sustitución de Salvador Allende por Augusto Pinochet en Chile en 1973 y la de Isabel Martínez de Perón por Jorge Rafael Videla en Argentina en 1976.
Si el jefe de Estado es destituido ilegalmente pero el perpetrador no es un agente estatal, el acto sería una revolución.
A estos golpes se les pudiera llamar una guerra civil.

 El golpe de mercado es citado, por ejemplo, como causa de la renuncia de Raúl Alfonsín en 1989, en Argentina, mientras que Nicolás Maduro denunció un «golpe electoral» cuando perdió las elecciones legislativas en 2015.

 Si el perpetrador es un agente estatal y la destitución es ilegal, pero el blanco no es el jefe de Estado, presenciamos lo que se llama autogolpe

Esta palabra es engañosa, porque se refiere a un golpe que no es dirigido contra uno mismo, sino contra otro órgano de gobierno, como cuando el presidente cierra el Congreso.

Estos casos incluyen los llamados «golpes judiciales» y el «golpe en cámara lenta».

El autogolpe arquetípico es el de Alberto Fujimori en 1992, en Perú, pero golpe judicial se aplica a casos como el de Venezuela cuando, en 2017, el Poder Judicial resolvió retirarle las atribuciones legislativas a la Asamblea Nacional.

Si el perpetrador es un agente estatal y el blanco es el jefe de Estado, pero el procedimiento de destitución es legal, se trata de un juicio político o, como le dicen en Estados Unidos y Brasil, impeachment.

La controversia emerge porque, aunque el Poder Judicial ratifique el procedimiento, la víctima puede alegar parcialidad y cuestionar su legitimidad.

 

Aquí surgen el llamado «golpe blando», el «golpe parlamentario» y el aún más paradójico «golpe constitucional».

Este se podría llamar un golpe constitucional

Las destituciones de Fernando Collor de Mello en 1992 y de Dilma Rousseff en 2016 en Brasil han sido denunciadas por sus víctimas como golpes blandos o golpes parlamentarios, dado que no hubo utilización de fuerza militar y ambos procesos se canalizaron por el Congreso con la anuencia del Poder Judicial.

Los golpes con adjetivos se distinguen por la ausencia de uno de los tres componentes clásicos del golpe de Estado.

El debate sobre si tal destitución fue golpe o no sigue encendiendo pasiones y, sin embargo, es cada vez menos relevante.

Porque, últimamente, las democracias no quiebran cuando cae un gobierno elegido, sino cuando se mantiene.


Hasta la década de 1980, las democracias morían de golpe. Literalmente.

 Hoy no: ahora lo hacen de a poco, lentamente.

Se desangran entre la indignación del electorado y la acción corrosiva de los demagogos.

Mirando más atrás en la historia, los politólogos estadounidenses Steven Levitsky y Gabriel Ziblatt advierten que lo que vemos en nuestros días no es la primera vez que ocurre: antes de morir de pronto, las democracias también morían desde adentro, de a poquito.

Los espectros de Benito Mussolini y Adolf Hitler recorren su libro de 2018, Cómo mueren las democracias, como ejemplo de que la democracia está siempre en construcción y las elecciones que la edifican también pueden demolerla.

Esta obra es un llamado a la vigilancia para mantener la libertad.

Aunque la comparación de Hitler y Mussolini con Hugo Chávez es manifiestamente exagerada, los autores subrayan la similitud de las rutas que los llevaron al poder: siendo tres personajes poco conocidos que fueron capaces de captar la atención pública, la clave de su ascenso reside en que los políticos establecidos pasaron por alto las señales de advertencia y les entregaron el poder (Hitler y Mussolini) o les abrieron las puertas para alcanzarlo (Chávez).

La abdicación de la responsabilidad política por parte de los moderados, es el umbral de la victoria de los extremistas.

Un problema de la democracia es que, a diferencia de las dictaduras, se concibe como permanente y, sin embargo, al igual que las dictaduras, su supervivencia nunca está garantizada.

A la democracia hay que cultivarla cotidianamente.

Esto fue lo que no hicieron los últimos cuatro gobernantes colombianos y eso produjo, la toma del poder por la izquierda, con Petro a la cabeza.

Como eso exige negociación, compromiso y concesiones, los reveses son inevitables y las victorias, siempre parciales.

Pero esto, que cualquier demócrata sabe por experiencia y acepta por formación, es frustrante para los recién llegados.

Y la impaciencia alimenta la intolerancia.

Ante los obstáculos, algunos demagogos relegan la negociación y optan por capturar a los árbitros (jueces y organismos de control), comprar a los opositores y cambiar las reglas del juego.

Mientras puedan hacerlo de manera paulatina y bajo una aparente legalidad, argumentan Levitsky y Ziblatt, la deriva autoritaria no hace saltar las alarmas.

Como la rana a baño maría, la ciudadanía puede tardar demasiado en darse cuenta de que la democracia está siendo desmantelada.

Los autores dejan tres lecciones y a cada una de ellas se asocia un desafío.

 

La primera es que no son las instituciones, sino ciertas prácticas políticas, las que sostienen la democracia.

La distinción entre presidencialismo y parlamentarismo, o entre sistemas electorales mayoritarios y minoritarios, hace las delicias de los politólogos, pero no determina la estabilidad ni la calidad del gobierno.

El éxito de la democracia depende de otras dos cosas: de la tolerancia hacia el otro y de la contención institucional, es decir, de la decisión de hacer menos de lo que la ley me permite.

En efecto, las constituciones no obligan a tratar a los rivales como contrincantes legítimos por el poder ni a moderarse en el uso de las prerrogativas institucionales para garantizar un juego limpio.

Sin embargo, sin normas informales que vayan en ese sentido, el sistema constitucional de controles y equilibrios no funciona como previeron Montesquieu y los padres fundadores de Los Estados Unidos, ni como esperaríamos los que adaptamos ese modelo en otras latitudes.

 

El primer desafío, entonces, es comportarnos más civilmente de lo que la ley exige.

La segunda lección es que las prácticas de la tolerancia y la autocontención fructifican mejor en sociedades homogéneas… o excluyentes.

El éxito de la democracia estadounidense se debió tanto a su Constitución y a sus partidos como a la esclavitud primero y a la segregación después.

El desafío del presente consiste en practicar la tolerancia y la autocontención en una sociedad plural, multirracial e incluso multicultural, donde el otro es a la vez muy distinto de nosotros y parte del nosotros.

Este reto interpela a todas las democracias.

La tercera lección es que el problema de la polarización está en la dosis.

Un poco de polarización es bueno, porque la existencia de alternativas diferenciadas mejora la representación; pero un exceso es perjudicial, porque dificulta los acuerdos y, en consecuencia, empeora las políticas.

El desafío de los demócratas no consiste en eliminar la grieta sino en dosificarla.

Levitsky y Ziblatt lo dicen así:

La polarización puede despedazar las normas democráticas.

Para terminar, les quiero decir, aunque Petro no ganó con los votos de opinión; sino con los votos obligatorios, que los grupos al margen de la ley le impusieron, a los ciudadanos de bien, para esas elecciones; no sabemos hasta cuando vaya a gobernar, porque tiene en sus manos el poder y está viviendo sabroso, en compañía de su flamante vicepresidenta.

No podemos criticar todo lo que hace un gobernante, porque esto, resultaría ridículo; pero las compras y las cosas que está haciendo nuestro presidente, me parecen exageradas y no se compadecen con la política de austeridad, que tanto anunció en su campaña.

Es importante que los colombianos nos enteremos de lo que suena mal y muy mal en algunas cosas que son exageradas, precisamente en un gobierno como el de Petro, que ha hablado tanto y criticado tanto en el pasado, y que ha prometido austeridad y cambio.

Una cosa es, por ejemplo, comprar unos cubiertos y otra muy distinta comprarlos de oro, cuando quienes los pretenden comprar han criticado sin piedad en el pasado compras menos relevantes o groseras.

Una cosa es comprar lo que se necesita y otra es comprarlo en versión suntuaria o con humillante lujo, pues se trata de recursos públicos.

Y ese es el punto.

 Al final, esto es más de lo mismo cuando se trata de Petro.

Aquí, como en tantas otras cosas, el pez, muere por la boca, pues, al fin y al cabo, la lengua es su peor azote.

Criticaron a Duque hasta más no poder, por pretender comprar para la dotación de la mismísima casa privada del Palacio de Nariño un asador de $3 millones.

Sin embargo, les parece intrascendente comprar cosas rabiosamente suntuarias como un televisor de más de $27 millones; un plumón de pluma de ganso de más de $4 millones; un juego de cama de tela de 500 hilos de más de $2 millones; un duvet de 500 hilos de casi $3 millones cada uno; una licuadora de casi $2 millones; una cubierta de estufa de vitrocerámica de inducción de más de $17 millones; entre otras joyas.


Eso es lo que está verdaderamente mal, y ahí es donde radica la indignación de la gente, sobre todo cuando prometieron no hacerlo.

Por eso me pareció grandioso un trino en el que se dice de Petro:

“Se vendió como Pepe Mujica y terminó siendo una Kardashian”.

Claramente, el problema de este gobierno no es la dotación de la casa privada, el problema es que nadie da pie con bola, empezando por el propio presidente y su entorno más cercano.

A Petro se le vio portando un overol de tripulante de la FAC, y, posteriormente, abordó un avión supersónico de guerra, en el que tuvo un vuelo de media hora.

¿Se imaginan ustedes la cantidad de pesos que puede haber costado esta operación relámpago de nuestro petulante presidente?

 

Sopetrán, octubre 4 del 2022.


Darío Sevillano Álvarez.