miércoles, 2 de junio de 2021

La Santísima Trinidad, es el dogma más importante de nuestra religión.

 

La Santísima Trinidad es la base de nuestras creencias.

Todavía recuerdo las ideas del catecismo de Padre Astete, que nos enseñaban en la escuela primaria y que a veces, nos hacían creer que, eran siete dioses, porque el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, eran dioses; había tres personas distintas, y había un solo Dios verdadero.

Esas hermosas enseñanzas, eran las que estaban fundamentando nuestra preciosa religión católica que, al final de nuestros días, profesamos con profundo respeto, confiados en las alegrías de la eternidad.

La Santísima trinidad, es el dogma central de nuestra religión, que define cómo es la naturaleza divina de nuestro Dios.

La esencia de este misterio es que, Dios es un ser único, conformado por tres personas distintas, verdad que conocemos con el nombre de: Hipóstasis.

La palabra hipóstasis traduce: Ser de un modo verdadero.

Esta palabra en su etimología, viene del latín tardío «hypostăsis» y a su vez del griego «υποστασις» (hypostasis).

Esta es más o menos la evolución de la historia de este interesante dogma:

“En el año 215 d C., Tertuliano fue el primero en usar el término «Trinidad» (Trinitas).

Anteriormente, Teófilo de Antioquia ya había usado la palabra griega τριάς trias (tríada) en su obra A Autólico (c. 180) para referirse a Dios, su Verbo (Logos) y su Sabiduría (Sophia).

Tertuliano, en uno de sus escritos polémicos dirigidos contra Práxas un seguidor de la doctrina cristiana conocida como monarquianismo Adversus Praxeam II, diría que «los tres son uno, por el hecho de que los tres proceden de uno, por unidad de substancia».

La fórmula fue adquiriendo forma con el paso de los años y no fue establecida definitivamente hasta el siglo IV:

La definición del concilio de Nicea (325), sostenida desde entonces con mínimos cambios, por las principales denominaciones cristianas, fue la de afirmar que el Hijo era consustancial (ὁμοούσιον, homousion, literalmente ‘de la misma sustancia’) al Padre.

Esta fórmula fue cuestionada y la Iglesia pasó por una generación de debates y conflictos hasta que la «fe de Nicea» fue reafirmada en Constantinopla.

En el primer concilio de Nicea (325) toda la atención se concentró en la relación entre el Padre y el Hijo, en el cual fue redactado el credo Niceno incluso mediante el rechazo de algunas frases típicas arrianas mediante algunos anatemas anexados al credo; sin hacer ninguna afirmación similar, acerca del Espíritu Santo.

Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador de todas las cosas visibles e invisibles; y en un solo Señor Jesucristo, el Hijo de Dios; unigénito nacido del Padre, es decir, de la sustancia del Padre; Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado; de la misma naturaleza del Padre; por quien todo fue hecho: tanto lo que hay en el cielo como en la tierra; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó y se encarnó, se hizo hombre, padeció y resucitó al tercer día, (y) subió a los cielos, vendrá a juzgar a vivos y muertos; y [creemos] en el Espíritu Santo. Y a los que dicen: hubo un tiempo en que no existió [el Hijo]; antes de ser engendrado no existió; fue hecho de la nada o de otra hipóstasis o naturaleza, pretendiendo que el Hijo de Dios es creado y sujeto de cambio y alteración, a éstos los anatematiza la santa Iglesia católica apostólica.

Pero, en el primer concilio de Constantinopla (381) se indicó que el Espíritu Santo es adorado y glorificado junto con Padre y el Hijo (συμπροσκυνούμενον καὶ συνδοξαζόμενον), sugiriendo que era también consustancial a ellos redactando así, el credo Niceno-Constantinopolitano.


Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible; y en un solo Señor, Jesucristo, el unigénito de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado, consustancial con el Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo y se encarnó por obra del Espíritu Santo y de María la Virgen y se hizo hombre; por nuestra causa fue crucificado en tiempo de Poncio Pilato y padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día según las Escrituras y subió al cielo; y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria, para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin. Y en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre; que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, que habló por los profetas.

En una Iglesia santa, católica y apostólica. Confesamos un solo bautismo para la remisión de los pecados. Esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.

 Credo Niceno-Constantinopolitano.

Esta doctrina fue posteriormente ratificada por el concilio de Calcedonia (451), sin alterar la sustancia de la doctrina aprobada en Nicea.

A fines del siglo VI, algunas iglesias de habla latina agregaron las palabras "y del Hijo" (Filioque) en la descripción de la procesión del Espíritu Santo, ya que las palabras no fueron incluidas en el texto del credo ni por el Concilio de Nicea, ni por el de Constantinopla.

 Esto se incorporó a la práctica litúrgica de Roma en 1014.

Con el tiempo, la cláusula filioque, se convirtió en una de las principales causas del cisma de oriente y occidente en 1054 y en los fracasos de los repetidos intentos de unión.

Según el XI concilio de Toledo (675) el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, son iguales en cuanto a su naturaleza o sustancia, más son distintas en cuanto a la distinción de personas:

Porque cuando decimos: El que es el Padre no es el Hijo, nos referimos a la distinción de personas, pero cuando decimos: el Padre es lo que el Hijo es; el Hijo, lo que es el Padre; y el Espíritu Santo lo que es el Padre y el Hijo, esto se refiere claramente a la naturaleza o sustancia. 


El IV concilio de Letrán (1215) agrega:

En Dios solo hay una Trinidad, ya que cada una de las tres personas es esa realidad, es decir, sustancia, esencia o naturaleza divina.

Esta realidad no engendra ni se origina; el Padre engendra, el Hijo es engendrado y el Espíritu Santo procede.

Por lo tanto, hay una distinción de personas, pero una unidad de naturaleza.

Aunque, por lo tanto, el Padre es una persona, el Hijo otra persona y el Espíritu Santo otra persona, no son realidades diferentes, sino que lo que es el Padre, es el Hijo y el Espíritu Santo, todos iguales, por lo tanto, según la fe ortodoxa y católica, se cree que son.


En la Biblia se encuentran alusiones tanto al Padre como al Hijo y al Espíritu Santo, que se han presentado como menciones implícitas de la naturaleza de Dios.

Hay diversas citas del antiguo testamento en las que aparecen referencias a Dios en plural.

La fórmula trinitaria aparece en el bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mateo 28:19)

El apóstol Pablo cerró una de sus epístolas diciendo: «La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros» (2 Co 13:14).

La Primera epístola de Juan afirma: «Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno».(Juan 5,7).

Fuera de los libros considerados canónicos, la fórmula trinitaria está presente en la Diaché, documento cristiano datado del siglo I por la mayoría de los estudiosos contemporáneos: «Os bautizaréis en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, en agua viva (corriente).

 

Pero si no tienes agua corriente, entonces bautízate en otra agua […].

Pero si no tienes ni una ni otra, entonces derrama agua sobre la cabeza tres veces en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Did 7,1-3).

Además de la polémica sobre la naturaleza de Jesús —si era humana, divina, o ambas a la vez—, de su origen —si eterno o temporal— y de cuestiones similares relativas al Espíritu Santo, el problema central del dogma trinitario es justificar la división entre “sustancia” única y triple “personalidad”.

La mayoría de las iglesias protestantes, así como las ortodoxas y la Iglesia católica, sostienen que se trata de un misterio inaccesible para la inteligencia humana”.

El eterno problema de los humanos, es que sus mentes no están capacitadas, para descifrar los misterios de las religiones.

 Recuerdo algo que me contaba mi Madre, cuando la interrogaba acerca de la Santísima trinidad:

Que San Agustín, uno de los doctores de la Iglesia Católica, estaba meditando, sobre el misterio de la Santísima trinidad, en las orillas del mar y vio a un niño que llenaba, con el agua del mar, un pequeño hoyo que había hecho en la playa, para llevar todas sus aguas a él; el santo le dijo: Eso es imposible y el niño le respondió:

Es más fácil que pase toda el agua del mar por este hueco; que usted pueda interpretar, el misterio de la Santísima Trinidad.

Lo que mi Madre, quería enseñarme, era que los misterios o dogmas de la iglesia, no se pueden entender fácilmente y me agregó:

 Mira lo que dice el catecismo de Astete en la conclusión de la primera parte.

¿Qué cosas son estas?

Eso no me lo preguntéis a mí, yo soy ignorante, doctores tiene la Santa Madre Iglesia que sabrán responderlo, pues a nosotros basta dar cuenta de las verdades de la fe y creer lo demás como lo enseña la Iglesia.

Hay un gráfico que siempre lo han mostrado para enseñarnos lo que es la santísima trinidad, se los voy a mostrar, para que vean que eso era lo que nos enseñaban cuando estábamos en los establecimientos de educación; este gráfico resume, toda la teoría teológica que estoy enseñando en mi escrito.



Esta cita de uno de los santos de la iglesia, me parece importante, para complementar lo que estoy escribiendo:

 “La fe católica quiere que adoremos la Trinidad en la unidad y la unidad en la Trinidad, sin confundir a las personas y sin separar la substancia divina”.     San Atanasio de Alejandría (296-373 d.C.)

 La palabra tres se deriva del latín: trinum y es el primer número impar, puesto que se compone de la unión de tres unidades.

Históricamente sabemos que, entre los primeros pobladores del planeta, el tres era el más sagrado de los números, a pesar de ser una figura aritmética.

El filósofo griego Platón lo consideraba como la imagen del Ser Supremo en sus tres personalidades: La parte material, la espiritual y la intelectual.

Y el también filósofo griego Aristóteles, sostenía que el tres contiene al principio, al medio y al fin, lo cual para él era el símbolo de la perfecta armonía.

En las mitologías: Griega y romana se consideraba al número tres como el principal atributo de seres legendarios como, por ejemplo: Que el rayo de Jove o Tritón era tridente; que el astro rey tenía tres nombres: Sol, Apolo y Líber; que al satélite nocturno se le designaba de tres maneras: Luna, Diana y Hécate; así como también que había tres furias; las tres Parcas o personificaciones del destino; que influían en el ánimo de los humanos.

De la misma manera los druidas, sacerdotes celtas del siglo VI a.C., consideraban al número tres como de gran influjo dentro de sus prácticas sagradas.

Y los mitras, practicantes de una religión de origen persa adoptada por los romanos en el año 62 a.C., suponían que el Empíreo, el más alto de los cielos, una región de luz purísima según la teología medieval, se sostenía por medio de tres inteligencias: Ormuz, Mitra y Mitras.

Y así sucesivamente, a la cifra tres se le ha venido atribuyendo un carácter místico a través de las edades históricas.

Existen tríadas de dioses desde la antigüedad histórica, posiblemente por el mencionado carácter místico que algunas culturas han asignado al número tres.

Incluso en la India existe un concepto parecido, la trimurti.

Siempre he sido un enamorado de la Santísima Trinidad y por esa razón, ella es la patrona de mi oratorio privado y el titular, es San José, al cual le tengo un gran aprecio.

 A continuación, les voy a mostrar algunos aspectos de mi oratorio privado:

Este es el altar mayor.

En este altar están:

La Santísima Trinidad como patrona y la acompañan:

La inmaculada y el resucitado por la derecha y Santa Aba y San Judas Tadeo por la izquierda.

La base del altar es una representación teológica del redentor, acompañado del libro de los siete sellos apocalípticos y a los lados están los monogramas de Jesucristo y nuestra señora.

En el altar de encima, están.

San José, que es el titular y lo acompañan:

San Roque y El Corazón de Jesús.

El altar esta rematado por una cruz latina y acompañado de dos juegos de volutas y dos acróteras.

Este es el altar derecho, copia de un retablo italiano.

La base es un monograma de Jesucristo redentor, acompañado de las dos letras griegas: Alfa y Omega.

En la parte superior, está una representación de la escena de la muerte de Cristo, acompañado de San Juan y Santa María Magdalena.

En el orden inferior, están. San Antonio, San Juan Bautista y Nuestra Señora del Carmen.

En el siguiente orden están: Nuestra Señora del perpetuo Socorro, Nuestra Señora de las misericordias y Nuestra Señora de Sopetrán.

Y en el orden inferior, están: San Francisco Javier, San Francisco de Padua y San francisco de Asís.

Este es el altar izquierdo, copia de un diseño de un altar de una familia Florentina.

En este altar de la base está el Señor Caído.

En el segundo altar están: Nuestra Señora de los dolores, acompañada por el Señor de la Cruz a cuestas, en el lado derecho y por la izquierda, está San Pedro.

En el altar de encima, están: El Santo Ecce Homo o la desnudes de Cristo, acompañado por los arcángeles Rafael y Miguel.

Este es el lugar en donde se venera la Santa Biblia que está acompañada por un misal romano y un libro de la oración de los fieles.

El reclinatorio, es de madera y tiene tallas encima y a los lados y sus dos laterales son simulacros de ornamentos de arquitectura.

También acompañan este lugar dos candelabros, con sus respectivas velas.

En la parte alta se pueden ver algunas de las estaciones, imágenes me envió de regalo, Su Santidad el Papa Juan Pablo II, que ahora es un Santo especial de nuestra Iglesia; esas láminas me las envió como manifestación de amistad, por un libro sobre Nuestra Señora de Sopetrán que escribí y se lo mandé con una religiosa carmelita que vivía en Roma.

Los marcos de las estaciones las hice, parecidas a las que tiene el templo parroquial de Sopetrán.

En este rincón, está el Niño Jesús, al que le tengo una devoción especial, por aquello del: Acordaos.

También esta un reloj, acompañando por San Pablo y los ángeles con el espacio para el agua bendita; y las últimas cinco estaciones

Sopetrán, mayo 31 del 2021.

Darío Sevillano Álvarez.


























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