Don Juan Ospina Ruiz, nacido en Guarne, pero radicado en Sopetrán
hace muchos años, es uno de los grandes cerebros, que nos honran y nos lustran
con su sabiduría, se ha convertido en el personaje especializado en hacer los
reportajes a los grandes, personajes característicos, que tiene nuestra Patria
Chica, con un lenguaje ameno, bien coordinado y lleno de buenas expresiones,
que exaltan a ciudadanos humildes del municipio.
A continuación les muestro la segunda entrega de estos documentos,
que lógicamente son coleccionables:
A vuelo de pájaro, crónica.
Por Juan Ospina Ruiz
MIGUEL RATÓN
Caminando, se aprende en la
vida. Caminando, se sabe lo que es Caminando, se cura la herida, caminando, que
deja el ayer
RUBEN BLADES.
Al momento de escribir estas
cortas líneas “La Pelona” revestida con el tenebroso ropaje invisible de covid
19 ha mandado a mejor vida a más de 28.457 colombianos, sin formula de juicio,
sin distinguir edades ni condición social; pero Don Miguel Ángel Paniagua
Metaute, el hombre de esta crónica, le ha hecho la gambeta a este virus y hoy
camina de su casa al parque de Sopetrán apoyado en sus rústico bordón,
lazarillo de su andar; es un guerrero como lo define su sobrino Carlos Vega
Paniagua, y al ritmo como trascurre su vida no dudo que llegara a la centuria.
Guerreando la vida, cortando leña, arando la tierra y desafiando la quebrada La
Sopetrana desde temprana edad, extrayendo material de playa para la
construcción de casas y edificios de Sopetrán desde las auroras de la década
del cuarenta del siglo pasado, este arenero por antonomasia, convivió con dos
mujeres ya fallecidas, hoy lo acompaña una simpática compañera; aún le quedan
fuerzas para recorrer el parque la Ceiba, no cargando arena o gravilla, sino
implorando la caridad pública para así sobrellevar su vida hoy, con el sol a
sus espaldas, ajado por los años pero con la mirada enhiesta.
El hombre que está frente a mi es un anciano de más de 92 años, un
cimarrón auténtico, de 1.62 de estatura se lee en su cédula, de cabello blanco,
de tez color tabaco, de mirada fija y una sonrisa a flor de labios, fornido y
luciendo sombrero avejentado; hace gala de una memoria prodigiosa que no ha
sufrido mella en su ya larga existencia. “Nací en un hogar muy pobre un 5 de
marzo de 1928 en la vereda Palenque de Sopetrán y mis padres fueron Juan
Bautista Paniagua y Celsa Tulia Metaute; tuve la dicha de tener dos hermanas,
Rosa Elena y Clara Rosa. Quedé huérfano a muy temprana edad, un año, y a los 12
años, mi madre se vino para Sopetrán y desde ese tiempo vivo aquí en Pangordo,
paraje de Sopetrán”, nos cuenta Miguel ratón. Fue a la escuela por tres años,
pero no aprendió nada y las lecciones de vida las abrazó muy pronto aun siendo
un niño, al lado de su madre quien sacaba arena de la quebrada La Sopetrana y
le pagaban por lata 8 centavos, recogían leña en la loma de los Corrales en San
Jerónimo para venderla en la plaza de este pueblo y así poder llevar el pan a
sus hijos: trabajar para conseguir sus pesos.
Cesar Tulia, su madre, cortó de tajo su viudez amparándose en la compañía de Don Efraín Paniagua, primo de su antiguo esposo a quien apodaban Efraín Rata y de ahí surge el apelativo de Los ratones, mote que ha acompañada a toda su saga familiar que ha derivado su sustento de la rama de la construcción.
El desarrollo económico de
Sopetrán representado en la ganadería, agricultura (café en las laderas),
cultivo y explotación de frutas, comercio en auge y la construcción de
viviendas y edificios en camino, este renglón del componente económico, la
construcción, necesitaba de insumos como arenas, cascajo, piedras y un sector
social vino a satisfacer esta necesidad: los pobres. Y de este ejército, hacían
parte muchas familias del pueblo entre ellas las que comandaba Cesar Tulia
Metaute y Evangelista García que, con sus hijos aun púberes, entre ellos,
Miguel, y familiares, también Pedro Popeo y su mujer y Alejandro Valderrama
desafiaban las otrora torrentosas aguas de la quebrada la Sopetrana para
extraer materiales de playa. A punta de pala sacaban los materiales, los
clasificaban con una zaranda y los transportaban al hombro, o en parihuela en
jornadas que se iniciaban cuando el sol daba los primeros pasos y terminaban la
misma cuando el sol de los venados les caía en sus rostros. El precio de la
lata de arena era de ocho centavos para esos tiempos. La mujer ha sido
protagonista de la construcción de la sociedad y la impronta de las madres y el
liderazgo en el trabajo, los vemos retratado en una mujer maravillosa ya
mencionada: Evangelista García. Cuenta Don Darío Sevillano “que Ella tenía su
centro de operaciones en la playa de la quebrada que iba desde la entrada del
Sagrado Corazón de Jesús hasta la planta de energía. En toda esa playa ella iba
acumulando pilas de arena y ella era la que servía a todos los que estaban
construyendo con arenas de distintas clases como de pega, de revoque y
cascajo”. Dice Don Darío “que la conoció mucho porque él vivía en una casa
cerca al atrio de la capilla del orfanato…era una mujer de tipo bajito más bien
morena, canosa, mal trajada, pero muy guapa y se alzaba hasta tres latas de
arena al hombro. Era una mujer de armas tomar y hay de aquel que se atreviera a
ofenderla y buscarle pleito porque le respondía con la artillería pesada de su
vocabulario y, de hijueputa para arriba trata mal a todos los que la ofendían.
La conocí en esa labor por más de quince años suministrando material y fue una
de las personas que con su grupo de areneros del cual hacía parte el joven
Miguel Ángel Paniagua aportaron el material para la construcción de la Casa
campesina (un señuelo para atrapar el apoyo del hombre del campo) que tenía
como finalidad albergar al campesinado sopetranero, obra liderada por el padre
Rafael Vélez y que se ubicaría donde estaba la casa del Dr. Abundio Posada.
Este proyecto tuvo la bendición de la población y terminó siendo la Casa Cural
de la parroquia, ¡qué paradoja...!!!” remata Don Darío su relato; no cabe la
menor duda que el accionar laborioso en la difícil tarea de extraer material de
playa de mujeres, hombres jóvenes y niños en condiciones difíciles en la otrora
caudalosa quebrada la Sopetrana, mal comidos y muchas veces sin probar una agua
de panela en las madrugadas, tienen muchas páginas históricas escritas en esta
enciclopedia. Este es un homenaje y reconocimientos a esos areneros,
que dejaron sus sudores y
lágrimas empotrados en esos bellos edificios que aún perviven y en los que
tristemente se demolieron.
El espíritu aventurero se le
despertó a Miguel Ángel cuando a su ser le llegaron los 20 años. Le dijo un
hasta luego a la quebrada La Sopetrana y sus sueños de trabajador se posaron en
el municipio de Ebéjico en la finca cafetera de Don Marcedonio donde un jornal
fijo, le permitía paliar con más holgura su pobreza proverbial que arrastraba
desde su nacimiento. Las duras jornadas en la extracción de material en las
quebradas de Sopetrán, lo dotaron de un buen cayo que le dieron la oportunidad
en la finca cafetera, de desempeñar las obligaciones agrícolas encomendadas por
su patrón y así se ganó su confianza. “El patrón la pego mucho conmigo”, me
dijo, y además, fue su aliado en las salidas que hacían a San Jerónimo cada 8
días para mercar y hospedarse en Leticia, restaurante y hotel a la entrada de
este municipio cuando se llegaba a él, por la antigua carretera. El destino le
brindó la oportunidad de enamorarse a primera vista de una hermosa y elegante
mujer que se le apareció en Leticia… y le echó los perros. Ella atendió su flirteo,
pero no le dio largas al asunto, pero si percibió que su corazón le abría una
nueva puerta al amor……Al otro día, yo me despedí de la muchacha y María
Esperanza Monsalve que así se llamaba, me dijo: bueno Miguel Ángel, Dios lo llevé
con bien “que como la vida dura el tiempo es largo”, cuenta Don Miguel….
Marcedonio en su viaje habitual
de cada semana los viernes a mercar a San jerónimo, no vino acompañado en esta
ocasión del Manchiboro como bautizaron a Miguel Ángel sus compañeros de
labranza, pero a su regreso a Ebéjico llevaba un mensaje para el Ratón Mayor
que no esperaba. Al llegar a su finca, le informó a su trabajador del mensaje
que le traía y en forma jocosa le expresó: “Le traigo una mala noticia…qué mala
noticia pregunta Miguel…y responde Marcedonio: …que muchas saludes le mandaron María
Esperanza y que el viernes lo esperaba allá en la casa…”. Con dos o tres pesos
en sus bolsillos no era capital suficiente para emprender tan anhela aventura.
De esto se percató su patrón, quien además de facilitarle dinero prestado, le
regaló una camisa y un pantalón y le ofreció su ruana porque el destino final
era para una tierra muy fría, Guarne. María Esperanza cuando lo vio parado en
el umbral de la puerta de su casa no cabía de la dicha; no lo abrazó ni lo beso
porque esas actitudes fraternales y pasionales no eran permitidas para esa
época de bárbaras naciones, pero sí le dijo de frente y sin ruborizarse que
ella era para él: “Miguel Ángel yo lo mandé a llamar fue para una cosa, que
como “la vida dura el tiempo es largo”, yo despaché el novio que tenía, lo
mandé a llamar porque mañana si Dios quiere me voy a ir para la casa para que
usted se vaya conmigo”. La alegría se le opacó un poco él al llegar a una
tierra fría y a una ojeriza que desde el primer instante le cargó su suegra;
recibió a su hija con una dulce bienvenida…
--¡He..! !, vos fuiste fue a traer
enredos de por allá –le dijo su madre.
--No, yo no he arreglado nada
con él; él vino a pasiar—respondió la muchacha.
Contrario a lo manifestado por
la suegra, el padre y hermanos de María Esperanza fueron muy amables con Miguel
Ángel. Estuvo sentado en un taburete en el corredor de la casa toda una tarde
esperando a que ella saliera de la cocina, para poder conversar con su
prometida por espacio de 30 minutos, tiempo suficiente según la orden impartida
por doña María, madre de la muchacha, para que finiquitaran su romance.
Amaneció en casa de los suegros después de haber conocido la finca con sus
cultivos y tomar tapetusa guarneña, animados por los bambucos y pasillos que
sus cuñados interpretaban con sus instrumentos de cuerda en esa vereda Mejía, tan
tradicional en la tierra de la cabuya. La segunda visita a la casa de los
suegros fue a los 15 días y su suegra arreció su tirria contra su yerno y le
manifestó al pisar el corredor que la gente venía murmurando sobre la presencia
de él en sus casa y que a partir de ese día, quedaban prohibidas las visitas y
sólo regresara, cuando le trajera el ajuar a María Esperanza para casarse, pero
al segundo, sin pelos en la lengua le hizo saber que ella “no era gustosa de
que él se casara con ella” como se lo susurraba su corazón y su intuición de
mujer que la vida matrimonial que le esperaba a su hija no era la que había
soñado para su muchacha, presagio que se cumplió. Contrario al sentimiento de
su esposa, don Delfín el padre si estaba de acuerdo y apoyó a su hija en su
decisión…
Se le vino encima el mundo a
Miguel Ángel ante la determinación de doña María de permitirle la entrada a su
casa únicamente cuando llevara el ajuar para la muchacha, desafío que aceptó
con la mayor entereza. No volvió a Ebéjico a recoger café pues la cosecha se
había acabado y la quebrada la Sopetrana era la única alternativa de trabajo
que le quedaba y el único oficio que conocía. Se consiguió un farol grande y le
ponía unas velas grandes y con su luz arrancaba su faena de sacar arena desde
las nueve de la noche hasta las cuatro de la mañana y salir a vender el
material al que lo solicitara; día y noche trabajó durante quince días para
conseguir el dinero para el ajuar más dos vestidos más y las tradicionales
argollas y se embarcó nuevamente para Guarne. No compró nada, pero en sus
bolsillos llevaba el dinero y cuál sería la sorpresa de su suegra al verlo mani
vacio que casi no lo deja entrar a su casa. Le entregó el dinero a María
Esperanza y le manifestó a su suegra que en quince días venía para casarse.
Palabra que cumplió y a la ceremonia nupcial estuvo acompañado por toda su
parentela, menos por la mamá de Esperanza que no fue a la fiesta de víspera y
menos a la boda presidida por presbítero Constantino Duque de la parroquia de
la Candelaria el día dieciocho de mayo de mil novecientos cincuenta y ocho.
Caminando, se aprende la vida
nos lo recuerda Rubén Blades, y para Miguel Ángel se inicia un nuevo trecho de
su caminar por la vida; a sus 26 años enfrenta el reto de su nueva vida
familiar dedicándose al trabajo que le enseñó su Madre a temprana edad. La vida
marital con María Esperanza se prolongó por quince años que vino a
interrumpirlos una enfermedad
intempestiva que se la llevó temprano de este mundo sin tener hijos. Este
hombre no se aguantó su viudez y como el mismo lo dice “se cogió con una
muchacha y se fue a vivir con ella”. Su nueva mujer se llamaba Olga Castaño con
la que vivió más de doce años y murió de parto dejando sus niñas de escasos
años, Mariela y Marina que aún viven y residen en Medellín. A Miguel ratón no
le faltaba el trabajo y a pesar de su pobreza y su viudez no dejaba de pensar
que vivir solo no estaba en su ideario y más aún, sin quien le cuidara sus dos
pequeñas hijas Olga y de Marta del Socorro, esta última, quien fue adoptada por
María Esperanza y él al no recibir la visita de la cigüeña en su primer lance
matrimonial. Pero no solo a Lucia, Jacinta y Francisco los pastorcitos se les
apareció La Virgen de Fátima. A Miguel ratón también, pero no en Portugal sino
en Sopetrán para sacarlo de este atolladero tenaz que el Destino le señalaba.
Esta virgen no hacía parte de la parentela de la iconografía católica de ojos
entonados hacia el cielo, piel blanca, rostro místico. La que llegó a los
brazos del arenero era de la de estirpe de “La virgen de media noche” de Daniel
Santos; una morena menuda, de baja estatura, de ojos y cabellos negros,
salerosa y amante del aguardiente que arrimó a este hombre y con entrega total,
como dice el bolero lo ha acompañado por más de 4 décadas en las buenas y en
las malas como una verdadera compañera. Hoy recorre con este venerable guerrero
la plaza y el parque La Ceiba pidiendo cualquier peso para mitigar las
necesidades de una generación que no tienen ningún recurso para sobrevivir.
La charla con Don Miguel Ángel que sirvió de insumo para esta
crónica la tuvimos en la Cafetería Domapán, acompañados de unos deliciosos
tintos y pericos. Cuando nos íbamos a retirar, entra a la cafetería una mujer
diminuta y morena, se acerca a la mesa y nos saluda. Yo le pregunto, ¿Quién es
usted?... y ella afirma, con una naturalidad envidiable: Mi nombre es María
Criselda Metaute Cano[… ¡Alias La Ratona…!!!
Sopetrán,15 de octubre de 2020.
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